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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Casi estoy por decirte que aun me tiene algo de ley, ¡mira tú si soy tonto!... Pero la mardita huye de verme, y dice que no me quiere. ¿Pero tú la has hecho algo, Rafael? ¿No estará enfadada por alguna ligereza tuya? No: eso tampoco. Soy más inocente que el niño Jesú y el cordero que lleva al lao. Desde que tengo relaciones con tu hermana, que no miro a una moza.
Entretanto, el oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el horizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patas delanteras y sintió leve dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado un pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo. No podía caminar exclamó, en conclusión.
Sorprendióse el marqués y miró a su montero con desconfianza. Jamás perdonaba Primitivo la ocasión de acompañarle, y extrañaba su retraimiento entonces. Por la imaginación de don Pedro cruzaron rápidas vislumbres de recelo; y como si Primitivo lo adivinase, probó a disiparlo. Yo tengo ahí que atender al rareo del soto de Rendas.
Gracias otra vez: yo nunca he probado el vino. Zarandilla le miró con asombro... ¡Qué tío! Con razón tenían a aquel don Fernando por un hombre extraordinario. Rafael quiso que comiera algo; y habló a la vieja de freír huevos, de descolgar cierto jamón que había dejado el amo en una de sus visitas; pero Salvatierra le atajó. Era inútil: él llevaba en un bolsillo las provisiones para la noche.
Julio mostró cierta inquietud, como si pretendiese cortar la conversación. Deja á mi padre. Hoy dice eso porque la guerra no es todavía un hecho, y él necesita contradecir, indignarse con todo lo que se halla á su alcance. Mañana tal vez dirá lo contrario... Mi padre es un latino. El profesor miró su reloj. Debía marcharse: aún le quedaban muchas cosas que hacer antes de dirigirse á la estación.
Momo miró a María con toda la despreciativa dignidad compatible con su tuerta cara, y dijo en voz profunda y tono concluyente, alzando y bajando alternativamente el dedo índice: ¡Gaviota fuiste, Gaviota eres, Gaviota serás! Y le volvió arrogantemente la espalda.
Feliciana había salido a abrir con el quinqué en la mano, porque lo llevaba para la sala, y a la luz vivísima del petróleo sin pantalla, encaró Maximiliano con la más extraordinaria hermosura que hasta entonces habían visto sus ojos. Ella le miró a él como a una cosa rara, y él a ella como a sobrenatural aparición.
La última vez cerca del suplicio... allí me miró haciendo un gesto espantoso, y con una voz ahogada y ronca me gritó: «¡Véngame!» Aquella palabra... no la puedo olvidar... aquella palabra se grabó en mi alma, en todos mis sentidos, y yo juré vengarla de una manera horrorosa. MANRIQUE. Sí, ¿y la vengasteis... es verdad? Tendría un placer en saberlo. Mil crímenes, mil muertes no eran bastantes.
Vos traés compañera objetó Podeley eso te cuesta para tu bolsillo... Cayé miró a su mujer, y aunque la belleza y otras cualidades de orden más moral pesan muy poco en la elección de un mensú, quedó satisfecho.
Y cambiando de tono, temblándole la voz, añadió: Hablemos de otra cosa, Pablo, de algo muy grave. Don Pablo la miró, y echó de ver entonces que había llorado, que estaba pálida y tenía los labios blancos. Habla, Casilda, me asustas, ¿qué pasa aquí? ¿dónde está Quilito? ¿a dónde ibas?
Palabra del Dia
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