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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Proseguía el hervor de la imaginación sobrexcitada: miró por la ventana, y el paisaje le pareció tétrico y siniestro; verdad es que entoldaban la bóveda celeste nubarrones de plomo con reflejos lívidos, y que el viento, sordo unas veces y sibilante otras, doblaba los árboles con ráfagas repentinas.
El joven miró á doña Clara pálido, temblando, extendió hacia ella los brazos, cayó de rodillas y lloró. Al amanecer se abrió la puerta del aposento de doña Clara. En el mes de Noviembre amanece muy tarde y los amaneceres son nublados y fríos.
Y Amparo me asió las manos, las estrechó contra su boca, y las cubrió de lágrimas. Después salió. Mustafá, que durante esta escena había estado echado sobre la alfombra, se levantó, me miró, movió lentamente la cola, y siguió a la niña. Empecé a sentir una vaga, pero dulce ansiedad: Amparo había causado en mí una impresión profunda, me había hecho experimentar una sensación desconocida.
Hasta entonces dejadme solo. Tristán le miró con asombro. Pero ¿qué piensas hacer? Nada. ¿No quieres castigar a ese miserable? No. Entonces voy yo a provocarle. Nada. No hagas nada, Tristán. En este mundo todo es nada, ¡nada, nada!
Porque esas cartas son muy atrasadas: estos últimos días no ha escrito... esta mañana ha llegado otra carta... pero no parece suya la letra... tómala. ¿De modo que estas son anteriores? Claro: la última vino el 2; estamos a 30; con que... ¡Veintiocho días sin escribir! Desazonado por el presentimiento de alguna desgracia, rompió el sobre, cuya letra no era de Felisa, y miró la firma.
El acento desesperado con que llamaba á la Virgen, revelaba el egoísmo de la vida, agarrándose á la última esperanza, implorando un milagro, con la ilusión de que, en favor suyo, se rompiesen y transtornasen todas las leyes de la existencia. Al verse de nuevo en la plaza, Goicochea miró al templo y se descubrió como si le pesara volver á la villa sin saludar á la imagen.
Inés se incorporó, y sosteniéndose en el brazo del sofá, repitió, helada: Como quieras. Era una despedida. Yo iba a romper, y se me adelantaban. El amor propio, el vil amor propio tocado a vivo, me hizo responder: Perfectamente... Me voy. Que seas más feliz... otra vez. No comprendió, y me miró con extrañeza.
Hizo un esfuerzo y le miró a la cara con fijeza. No; algunas canas en la barba... y el aspecto un poco fatigado. El temblor de su voz contrastaba con la aparente indiferencia que quiso dar a sus palabras.
Al entrar, Pepita y yo nos damos la mano, y al dárnosla me hechiza. Todo mi ser se muda. Penetra hasta mi corazón un fuego devorante, y ya no pienso más que en ella. Tal vez soy yo mismo quien provoca las miradas si tardan en llegar. La miro con insano ahínco, por un estímulo irresistible, y a cada instante creo descubrir en ella nuevas perfecciones.
Debajo de uno de ellos creyó percibir un bulto que se movía y saltó a los prados, temiendo tropezarse con alguien que le conociese. Miró por encima de la paredilla y vió una vaca acostada rumiando tranquilamente. Más allá, al pasar por delante de la casa de un labrador, se abrió repentinamente una ventana y apareció el bulto de una mujer.
Palabra del Dia
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