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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Había sonreído entre satisfecha y envidiosa. «Dos mil reales valdría aquello... ... era demasiado... era un escándalo. Si el decoro lo permitiese... si no fuese por vergüenza... exigiría que se le dejase a ella recompensar a las gentes como merecían, sin despilfarros ociosos.

Cervantes permaneció en Sicilia á las órdenes del duque de Sesa, aunque no tardó en dirigirse á España, ya por su natural deseo de regresar á su patria, ya desalentado al ver el escaso premio que merecían sus servicios, con cuyo objeto pidió licencia en el verano de 1575. Concediósele, en efecto, y honorífica en alto grado.

Este discurso lleno de prudencia causó viva impresión en la tertulia. El poeta de los ojos tiernos tomó la palabra a nombre de todos y manifestó sin ningún rodeo que sólo desprecio merecían tales rumores y que al vulgo en general le gusta zaherir a las personas elevadas. Los demás hicieron coro al poeta; pero D.ª Fredesvinda se mantuvo inflexible.

Luego Pinedo tenía el honor de hablar alguna vez con las personas reales: ciertas frases suyas corrían por los salones y se celebraban más quizá de lo que merecían, por lo mismo que en los salones suele haber poco ingenio: tiraba bastante bien con carabina y con pistola y era inteligentísimo y poseía una copiosa biblioteca tocante al arte culinario.

Naturalmente, él también escribía a usted... a la lista del correo, como me hacía usted escribirle... Es lamentable, Luciana, que haya usted destruido esa interesante correspondencia, que hubiera podido indicar el grado más o menos excusable de su ligereza... ¿Por qué las ha quemado usted? No merecían mejor suerte. ¿Eran cartas de amor? Las suyas, ... yo respondía en otro tono.

Eran estos un cura viejo, de hábitos raídos y verdinegros, tan loco y pobre como el señor Vicente, varios hermanos de cofradía, y aquel tremendo zapatero cuya conversión le había costado los mejores años de su vida. Todos ellos personas devotas y buenas, que merecían los mayores elogios del «santo». Escuchaba éste con movimientos de cabeza las explicaciones de la joven.

¿También merecían ser ahorcadas?... A medias, para que se les pasase el gusto del celibato. ¡Qué antigua eres, abuela!... Razonas como los pueblos paganos. Cuestión de atavismo. Durante siglos y siglos se ha considerado el celibato como impío, y me ha quedado algo. Pues bien, yo también siento el atavismo. eres de la generación nueva, y con esto está dicho todo.

Advierto con placer que cada día penetra usted más adentro en los misterios de la morfología. Adolfo hizo un gesto de mal humor, mientras los demás sonreían. Le mortificaba profundamente el apodo que Rivera le había puesto y las bromas constantes que le merecían sus aficiones científicas.

Los curas, especialmente, le merecían extraordinaria consideración. El hablar y tratar de cerca a los que pocas horas antes había visto oficiando en el templo con lujosos trajes y teniendo al pueblo prosternado en torno, era a sus ojos lo que hubiera sido para chico crecido entre soldados codearse con jefes.

En el primer número se mostró tan agresivo, tan insolente con el periódico de la capital, que éste, sorprendido e indignado, contestó que ciertas frases del Faro no merecían sino el desprecio. En su consecuencia, don Rosendo comisionó a sus amigos Alvaro Peña y Sinforoso Suárez «para que fueran a entenderse» con el director del Porvenir. Se trasladaron a Lancia y regresaron el mismo día.

Palabra del Dia

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