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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Era de rigor que yo las atajara en estas alturas del apóstrofe con otro en que salían a danzar su compromiso de no abandonarme hasta pasado el día de los funerales; la obra caritativa que estaban haciendo mientras me acompañaban en mi soledad, y aliñaban y vestían el viejo y sucio caserón, y disponían el programa para aquel acontecimiento, tan extraño para mí; lo cómodo y a gusto que yo me encontraba en la habitación que había elegido al cederles la mía, que era la menos mala de la casa, aunque estaba a cien leguas de ser lo que merecían ellas; lo distraído y animado que se encontraba don Pedro Nolasco, y el bien que esto le hacía en horas tan críticas y de tanto peligro para él.
En casi todas las obras de Leiba se nota hábil invención, enlace artístico y aptitud para desenlazar el argumento, y, en casi todas, á la riqueza de los materiales corresponde el acierto en su manejo y elaboración. Los escritos de este poeta merecían, sin duda, un examen más detenido, si no lo impidiese el plan que nos trazamos desde el principio.
Pero de seguro, y á pesar de no conocer bastantemente á vuestro padre, vuestra madre no le desesperó dijo el joven, que no desaprovechaba ocasión. Doña Clara no contestó tampoco á esta indirecta. Fueron felices; ricos, amantes, honrado mi padre por el rey, respetado por todos, respetada mi madre como merecían su virtud y su nobleza. Yo nací en el término preciso después de su matrimonio.
El hijo del eterno ministro, habituado a la adulación y a la influencia social desde los tiempos en que era estudiante, iba notando el vacío de la indiferencia en torno de su personalidad diplomática. Nada significaba ya ser «el chico de Ojeda». Ahora eran «los chicos» de otros personajes de gloria más reciente los que merecían los empujones del favor.
Envidiaba él a los del patio, considerando su situación como una de las más apetecibles; los presos envidiaban a los de fuera, a los que gozaban libertad, y los que a aquellas horas transitaban por las calles tal vez no se considerasen contentos con su suerte, ambicionando ¡quién sabe cuántas cosas!... ¡Tan buena que es la libertad!... Merecían estar presos.
Rubín estaba algo aturdido, como si analizara y descompusiera en su mente las acusaciones de su mujer antes de darles la réplica que merecían.
Le cayeron en gracia y le ganaron la voluntad el respetuoso acatamiento y la amistosa dulzura conque la cigüeña la miraba. Confesó, allá en sus adentros, que la cigüeña sabía tratar a las gentes como merecían, y que, naturalmente, estaba dotada de exquisita buena crianza, aunque por ser crianza no aprendida, más bien debiera llamarse soltura fina o refinado tacto de mundo.
A fines del mes de Junio visité al almirante Dewey, quien después de cumplimentarme por los rápidos triunfos de la revolución filipina, me manifestó que los almirantes alemán y francés habíanle preguntado porqué consentía á los filipinos usar bandera no reconocida en sus embarcaciones, y que á semejante interpelación había él contestado que con su conocimiento y consentimiento usaban los filipinos dicha bandera; aparte de que por su valor y resolución en la guerra contra los españoles, merecían desde luego usar de dicho derecho.
Agasajó Orellana á los aprensores, tratándolos con la mayor humildad y blandura. Franqueóles el indulto general que pidieron, por haberse unido al rebelde cuando pasó por su pueblo, á cuya determinacion les obligó ver retrocedida con tanta precipitacion, dejándolos abandonados y espuestos al castigo que justamente merecian, y que sin duda hubieran experimentado para escarmiento de los otros.
En efecto, la dicha pudo más que D. Casimiro, y pronto le hundió en la sepultura. Aunque sea adelantar los sucesos, se dirá aquí que la viuda llevó una vida retirada, sin recibir ni tratar, durante un año, sino al platónico Tomasuelo, y que tuvo dos gemelos postumos, los cuales, si el primogénito merecía llamarse Hércules, no merecían menos pasar por Castor y Pólux.
Palabra del Dia
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