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Un objeto digno se ofreció al fin a sus ojos, y doña Luz le consagró al punto todo su amor. Cada día, cada hora que pasaba, afirmaba más a doña Luz en la creencia de que don Jaime lo merecía. El mismo amor de D. Jaime, la decisión con que le había ofrecido su mano, a ella, desvalida, huérfana y pobre, era la garantía mejor y más segura.

La despedida fue tímida y significativa por parte de Carlota, franca y afectuosa por la de su hermana, propia de una futura hermana política; por la de D.ª Carolina maternal, aunque templada por el respeto que le merecía la autoridad de su marido; y por éste tan cortés, tan suave, tan condescendiente, que Mario se mostró hondamente conmovido, y apenas pudo articular con voz temblorosa algunas palabras de ofrecimiento.

Sin ningun antecedente, sin ninguna razon, sin tomarse siquiera la pena de indicar en qué se funda, asegura Fichte que el primer principio deberá expresar un acto. ¿Por qué no podria ser una verdad objetiva? esto merecia cuando menos algun exámen, ya que todas las escuelas anteriores, incluso la de Descartes, no habian colocado el primer principio entre los actos, sino entre las verdades objetivas.

Que, por entonces, era Verónica la que merecía las preferencias corteses del incombustible caballero; que hablaban a menudo; que la conversación de él le parecía muy amena y entretenida a ella, y que, según ella podía juzgar, no le desagradaba la suya al otro; que de esta mancomunidad de complacencias, había ido naciendo como cierto propósito de variar de tema en las conversaciones, y de meter la sonda de la curiosidad en las espesuras del alma y en las profundidades del pensamiento; que se andaba tiempo hacía en preparativos de ello, más o menos ingeniosos, y que todo esto y mucho más podía hacerse entre un hombre tan desapasionado como Guzmán, y una mujer tan despreocupada como ella, sin que el amor interviniera para nada en el juego... ¡Amor!

¡Oh! barástolis exclamó D. Benigno, cerrando el puño amenazador , por vida de.... Estoy indignado contra ese hombre, y bien merecía que usted lo despreciara.... Si usted viene a entonces y me cuenta lo que le pasa, como me lo cuenta ahora, juro a usted que voy derecho a ese hombre y le cojo, y le digo: «Oiga usted, caballero...».

Al cabo de una hora de marcha atracaron por fin, no sin algún trabajo, a su peñascosa costa. Después necesitaron subir por estrecho y peligroso sendero labrado en la roca, para encontrarse al fin en tierra firme y llana. La Isla no merecía este nombre.

Y sangrándole el corazón, consumiéndose de pena, calló, se apartó a fin de no ser un obstáculo para su dicha; mas cuando supo que su afortunado rival no merecía la fortuna que había alcanzado; que no solamente no hacía feliz, sino que injuriaba, maltrataba y mortificaba al ser a quien él habría querido ahorrar, no sólo el dolor, sino hasta la menor idea incómoda, un furor en que había ira, remordimientos y desdén, lo arrojó al campo de los nihilistas que se preparaban a matar al terrible gobernador.

Gonzalo Pérez, su padre ;» y obligada debía de estar, en efecto, al Secretario de D. Felipe por las mortificaciones de que le libró reinando su hermana María, esposa del Príncipe de España. Fuera de la corte no merecía mejor concepto Antonio Pérez.

En los pueblos pequeños, donde la gente se pega de palos y bofetadas, la frialdad, la corrección y la gravedad de los duelos produce asombro y terror. Lo primero que se les ocurrió fué que don Rosendo deseaba matar a alguno. Sólo después de mucho tiempo comprendieron la razón de aquel aprendizaje. Don Rosendo lo tomó con el ardor y seriedad que merecía.

Yo me alegro de sus hazañas como si fuesen de un amigo viejo, de una visita de mi familia á la que no hubiese visto en mucho tiempo... El pobre merecía mejor suerte: haber encontrado una mujer que no fuese yo, una compañera al nivel de sus aspiraciones... Te digo que me da lástima. Y esta lástima era tan intensa, que humedecía sus ojos, despertando en el amante la tortura de los celos.