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Actualizado: 10 de junio de 2025
Un caballero, amigo de Millán, prometió después interesarse para que fuese destinado al batallón de escribientes o a la imprenta del Ministerio de la Guerra, pues lo principal era evitar que saliera de Madrid, propósito difícil de conseguir durante aquellos días, en que los poderes públicos se veían obligados a echar mano de todos los cuerpos e institutos militares para combatir la insurrección carlista, que ya merecía el maldito nombre de guerra civil.
Pero cuando, ya convaleciente, volvió a pensar en el mundo que la rodeaba, en los años futuros, sintió el hielo ambiente y saboreó la amargura de aquella maldad universal. «¡Todos la abandonaban! Lo merecía, pero... de todas maneras ¡qué malvados eran todos aquellos vetustenses que ella había despreciado siempre, hasta cuando la adulaban y mimaban!».
En la necesidad de la venganza, en su odio a los dos malhechores, no había previsto esas consecuencias naturales de su conducta, y al verlas sobrevenir, su tormento había aumentado más allá de toda medida. ¡La víctima inocente caía envuelta, en el concepto de muchos, en el mismo desprecio que pesaba sobre sus victimarios, y algunos iban hasta decir que si la italiana había sido asesinada, merecía su triste muerte por la desordenada vida que había llevado!...
Para que duela lo digo, Santiago, para que duela..., porque esa clase de heridas no se curan con bálsamos dulces: se curan a fuego, entre martirios como el que estoy padeciendo yo viendo al hijo de mis entrañas, al regalo de mis ojos, entre las uñas de Satanás. ¿Merecía él ese destino? ¿Le hemos criado tú y yo para eso?
»Al enviarle las insignias de su grado, que había conquistado tan laboriosamente, lamentamos, señora, no poder unir la condecoración de los valientes que merecía desde hace mucho tiempo, tanto por la duración como por la importancia de sus servicios, y que le esperaba sin duda, después de una campaña que tendremos que terminar sin él.
Reynoso nada sabía de sus disgustos domésticos, porque jamás le hablaba de ellos en sus cartas. Sólo tenía conocimiento de la muerte desastrosa del marquesito del Lago. Quedose pensativo y una lágrima silenciosa rodó por sus tostadas mejillas. ¡Pobre Clara! murmuró . Merecía ser feliz.
Hablaba de uno con asombro porque escribía cantando, sin que lo molestase ruido alguno, sin levantar la cabeza aunque disparasen cañonazos junto a él. Otro merecía su entusiasmo porque desafiaba a los acreedores, y siempre que el impresor le llevaba pruebas a su domicilio encontraba en él a una nueva señora. ¡Qué tíos!
Y así fué como el P. Irene, cumpliendo á la vez con sus deberes de amistad y de crítico, iniciaba un aplauso para animarla: la Serpolette lo merecía. Entre tanto nuestros jóvenes esperaban el cancan, Pecson se volvía todo ojos; todo menos cancan había.
Y en prueba de la indignación con que rechazaron el supuesto, las damas más principales de la villa se constituyeron en enfermeras al lado de su cama, no dejándole un instante solo, relevándose noche y día cada pocas horas, como si hiciesen la guardia al Santísimo. D. Narciso merecía estas atenciones del bello sexo.
Sabida la rebelion de los de Magnesia por Roger, quiso castigarla luego; y así con parte de los Alanos que le seguían, de los Romeos, y con todos los Catalanes fué á poner sitio á la ciudad para castigarla, como merecia tan fea maldad.
Palabra del Dia
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