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Actualizado: 10 de junio de 2025


Entraron por una ría angosta, entre dos sierras elevadas, y no tardaron en desembocar en la bahía, que, en realidad, no merecía tal nombre: era una especie de lago, no muy extenso, rodeado por todas partes de altas montañas y cuya comunicación con el mar pasaba inadvertida, a no fijarse mucho. La hora en que entraron era la del crepúsculo.

»Díjele que se pasara muy pronto por la mía, donde era más necesario que en ninguna otra, y nos separamos despidiéndonos «hasta luego». »¡Guzmán!..., la única criatura de cuantas hollaban la tierra, que me parecía más criminal que yo!, ¡el hombre que merecía, en buena ley, que llovieran sobre él solo todas las amarguras que habían entristecido mi hogar!

Hay razones para creer que la idea de este suceso movió al viejo droguero a traspasar a Santiago su droguería mucho antes de lo que tenía pensado; tanto más, cuanto que se sabe que su dependiente apuntó cierto escrúpulo que tenía de casarse sin estar arraigado completamente a su gusto, con la advertencia de que esto del arraigo no lo estimaba él en una riqueza, que no merecía, sino que algo como..., verbigracia: una droguería bien montada que fuera de su propiedad absoluta, para lo cual no daban sus ahorros por entonces.

Pues qué, ¿no merecía este ejército ninguna consideración de parte del General Otis y de las fuerzas americanas? ¿Se habían olvidado ya de los importantes servicios que el ejército filipino prestó al americano, en la pasada guerra contra los españoles?

Por demás está decir que en el ejército de Alejandro figuraba la broza de mis cajas de soldados; el enemigo no merecía otra cosa, mientras que en el mío, las filas estaban compuestas por infanterías y caballerías recién salidas de la plomería.

Mi corazón, reconquistado por , podía ser ofrecido a quien mejor que nadie lo merecía. ¿Qué mejor dueño podía desear que aquel hombre sin igual, por quien sentí además de la gratitud un afecto tan grande, tan grande que no cómo expresarlo?

Llegó á contraer un empeño formidable el duque de Osuna. Y lo que era peor, un amor intenso. Porque doña Juana de Velasco lo merecía todo. Irritábale aquella resistencia, porque él estaba acostumbrado á llegar, ver y vencer, como César. La conducta fría, tiesa, sostenida de doña Juana, le sacaba de quicio.

Oída la historia de la vieja, la hermosa Cunegunda la trató con toda la urbanidad y decoro que se merecia una persona de tan alta gerarquí y tanto mérito, y admitió su propuesta.

¿Usted la ha visto?... ¡Infeliz muchacha!... Le he rogado que vaya conmigo a Malta y no quiere. Y hace bien. ¡Pobre santita! Cuando la vi, más que su hermosura que es mucha, más que su talento que es grande, me cautivó su piedad... Todos decían que era perfecta, todos decían que merecía ser venerada en los altares... Esto me inflamaba más.

Su pasión propia, la que espontáneamente hacía en él estragos era la ambición de dominar; pero esto ¿no era noble en el fondo? y ¿no era justo al cabo? ¿No merecía él ser el primero de la diócesis? El Obispo ¿no le reconocía de buen grado esta superioridad moral? Bastante hacía él contentándose, por ahora, con no mandar más que en Vetusta. ¡Oh! estaba seguro.

Palabra del Dia

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