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Ella era la única que poseía el secreto de mis tristezas; sólo ella sabía darme aliento y ánimo. Frecuentemente me encerraba yo en mi recámara para dar rienda suelta a mis cavilaciones y melancolías. Allí pasaba yo horas y horas. ¿Estás enfermo? me preguntaban las tías. Di que tienes.... «¡Vaya si soy desgraciado! pensaba yo, tendido en el lecho.

Bajo la calma del cielo plateado, el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo. Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se sentó al lado de aquél, con perezoso quejido de bienestar. Permanecían inmóviles, pues aún no había moscas.

La había prestado un buen servicio Ojeda reía amargamente al pensar en esto , habían sido felices unas horas, y luego se separaban como extraños, sin recuerdos y sin melancolías: lo mismo que si se hubiesen conocido a la caída de la tarde en un bulevar de París para pasar media hora juntos en un hotel y no volver a encontrarse nunca.

Después siguió Guillermo Tell, esa onomatopía admirable, que revela en su conjunto de profundas melancolías y de arranques ruidosos y atropellados todo el sentimentalismo y el entusiasmo de Rossini, el artista del amor y de la gloria.

Sólo has penetrado hasta ahora en ella, la has sondeado y conoces sus melancolías, sus flaquezas, y sus ternura. Si me separo de ti, si digo adiós a nuestro amor, no creas que es porque he dejado de estimarlo: obedezco solamente a una ley de la naturaleza que nos empuja a todos a crear una familia.

Haré que el señor Fernández estime mi empeño y mi laboriosidad; y, si mis ilusiones no se malogran, este empleo será el medio más apropiado para conseguir la felicidad; es decir, para que pueda yo unir mi suerte a la tuya. No deseo más, no aspiro a otra cosa, y en ello cifro toda mi dicha. «¿Por qué me echas en cara mis tristezas y melancolías?

Rápidos, en tropel, sólo a su nombre, como nubes compactas de tormenta, luchas, melancolías, desalientos, acuden, se avalanzan, se atropellan y llenan el espíritu del reo, resanando ecos de perdidas épocas con la dulce quimera de una patria que resurge triunfante de la ciénaga. Era la patria que llenó su vida.

Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas; tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño.

Aún persistían en él ilusiones juveniles, con sus delicadezas y entusiasmos, con sus melancolías, sus arrebatos e impaciencias. El cuerpo principiaba a envejecer antes que el alma, porque esta retardaba su extenuación con fantasmagorías y esfuerzos de iluminismo, de que nacían, aunque por modo artificioso, afectos parecidos a la ternura.

Y en caso negativo, ¿no se encuentra ella en condiciones excepcionales que justificarían eso y mucho más?... Se miraba al espejo, y veía las huellas de sus extrañas melancolías en la palidez de su rostro, destacándose con doblada intensidad sobre el fondo negro mate de su luto rigoroso; y como nadie la oía, se confesaba a propia que valía más así, con su palidez interesante, sin haber perdido la corrección y turgencia de sus formas, que con la peste de salud y bienestar que se reflejaba antes en su cara.