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La habló del comienzo de su amor, evocó la pasión ardiente nacida bajo los paisajes de la sierra, las grandes melancolías de la decepción, la inconsecuencia con que ella había destruido su ilusión de una dicha perfecta, y luego las dudas, la continuada angustia, y las bellas cartas de amor que más tarde se complacía ella en desmentir con una frialdad cruel, acaso por el simple deseo de hacerle mal.

Si la trataban con rigor, malo; si con mimos, peor. Ya mujer, pasaba sin transición de las inquietudes epilépticas a una languidez mortecina. Sus melancolías intensas aburrían a las pobres mujeres tanto como sus excitaciones, determinantes de una gran actividad muscular y mental.

Cuando llegó el momento de dar sepultura al valiente soldado, víctima de una dolencia nacida de sus propias melancolías y de su irritable carácter, no se encontraron hombres que cargaran aquel desfigurado y un tiempo hermoso cuerpo. Todos los hombres de Elizondo estaban en la facción.

El niño estaban tan mimado, que la fundadora del establecimiento tuvo que tomar cartas en el asunto, amonestando severamente a sus amigas y cerrándoles la puerta no pocas veces. En los últimos días de aquel infausto año, entráronle a Jacinta melancolías, y no era para menos, pues el desairado y risible desenlace de la novela Pitusiana hubiera abatido al más pintado.

Ramoncito, entregado también a sus melancolías, limpiaba con el pañuelo el cristal de la ventanilla para sumergir la mirada en las calles solitarias y en el cielo poblado de estrellas. Cuando llegaron a Fornos vieron el coche de la Amparo, en espera. Llegamos un poco tarde. Nos va a sacar los ojos esa tía dijo Castro apresurándose a entrar.

Cerróse la noche, y con ella mis imaginaciones, mas no los manantiales y llanto; quédeme con él dormido, sobre un poyo del portal, acá fuera; no qué lo hizo, si es que por ventura las melancolías quiebran el sueño, como lo dió a entender el montañés que, llevando a enterrar a su mujer, iba en piernas, descalzo y el sayo al revés, lo de dentro afuera.

Hay ocasiones en que su vida de ahora le parece vulgar, egoísta y prosaica, comparada con la vida de sacrificio, con la existencia espiritual a que se creyó llamado en los primeros años de su juventud; pero Pepita acude solícita a disipar estas melancolías, y entonces comprende y afirma Luis que el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones, y concierta la viva fe y el amor de Dios que llenan su alma, con este amor lícito de lo terrenal y caduco.

Para Raimundo, esa inclinación tímida y anhelante del adolescente llena de zozobras y melancolías, se fundió con el amor de la edad viril, apetitoso y sensual. ¿Qué extraño, pues, que absorbiera toda la energía de su ser, toda su inteligencia y todos sus sentidos? Desde aquella noche memorable no volvió a pensar más que en Clementina.

Tales personas no suelen ser las más desgraciadas; pues si bien la mente lúcida y el espíritu rico en sensibilidad producen muchos goces, también acarrean estas condiciones grandes tormentos y agobiadoras melancolías. La mediocridad goza siempre el género de dicha que impera en el Limbo. No es fácil hacer con discreción el «gancho». En realidad la casamentera, como el poeta, nace, no se hace.

Mi difunto marido, el señor Liénard, era un hombre honrado, pero un compañero poco agradable; débil y a la vez duro de corazón, enfermizo y prematuramente viejo, me tenía encerrada sin quererlo en una atmósfera llena de melancolías y de fastidio.