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Actualizado: 20 de junio de 2025
Y yo, hijos míos, hasta dentro de un mes dijo el doctor, que había escuchado su discusión con melancólica sonrisa; y si durante este mes soy necesario por cualquier motivo, tendré abierta mi casa para ambos. Y apoyado en el brazo de José, los acompañó hasta sus coches respectivos. Cuando se disponían a partir, les dio un abrazo, y les dijo: Adiós, amigos míos.
Era su segunda esposa; había cometido la tontería de casarse de nuevo. El marido murió, conforme al programa. La viuda ha heredado la enfermedad. Ayer la visité y aunque el mal ha sido atacado desde el principio, no me atrevería a responder de nada. La señora Chermidy cerró sus puertas a las cinco de la tarde y se sumió en una melancólica meditación.
Creyó asistir á una fiesta de marineros hambrientos, ansiosos de resarcirse de un golpe de todas las privaciones anteriores. Y sentía los mismos deseos de huir que su padre. De este viaje volvió Marcelo Desnoyers con una melancólica resignación. Aquellas gentes habían progresado mucho. El no era un patriota ciego, y reconocía lo evidente.
La sombra melancólica del P. Enrique cruzó por su mente, entristeciéndola. Miró la imagen del Cristo muerto y se le antojó que se parecía al P. Enrique. Era de día claro. Entraba el sol por la ventana, y sin embargo, sintió cierto temblor al mirar el Cristo. Acudió a él precipitadamente y le cubrió con el otro cuadro. Como para apartar de sí toda imagen tétrica se miró entonces al espejo.
Pero aun esto, que la tuvo cabizbaja y melancólica un buen rato, no fué bastante para quitarle la felicidad que aquel día rebosaba en su alma. #Los primeros pasos#. Los grupos de la calle crecían. La población toda presentaba ese aspecto extraño y desordenado que no es tumulto popular, pero sí lo que le precede. Era el 18 de Septiembre de 1821.
Un día le dije: ¿Sabes que me sorprende que estés tan alegre estos días? ¿Pues? me preguntó, fijando en mí sus grandes ojos aterciopelados. Porque... yo presumía aquí comencé a vacilar y turbarme que después de una escena tan desagradable como aquella..., teniendo que reñir con tu mamá..., ibas a estar abatida, melancólica...
El patriarca, que parecía la expresión humana de aquella tranquilidad melancólica, volvió a tomar la palabra, diciendo: La felicidad de mi hermano y la mía dependen de que yo tenga un hijo que ofrecer por esposo a Florentina, que es tan guapa como la Madre de Dios, como la Virgen María Inmaculada según la pintan cuando viene el ángel a decirle: «el Señor es contigo...» Mi ciego no servirá para el caso... pero mi hijo Pablo con vista será la realidad de todos mis sueños y la bendición de Dios entrando en mi casa.
Y por la carretera, recta y solitaria, entre las ringlas de olmos desnudos, me encuentro al galgo negro y enjuto, que camina ligero, resignado, con cierto aire de jovialidad melancólica, hacia el poblado triste.
Orión fulguraba espléndido; Sirio brillaba apacible como una lágrima de oro; Aldebarán ardía purpúreo; la cerúlea Capella parpadeaba melancólica, y allá por el Sud, joya sin par de las regiones australes, resplandecía Canopo con irradiaciones azules, blancas y rojas.
El duque, algo fatigado, se sentó en una peña. Era poeta, y gozaba en silencio de aquella hermosa escena. De repente sonó una voz que cantaba una melodía sencilla y melancólica. Sorprendido el duque, miró a Stein, y este sonrió. La voz continuaba. Stein dijo el duque , ¿hay sirenas en estas olas, o ángeles en esta atmósfera?
Palabra del Dia
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