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Actualizado: 16 de junio de 2025
Magdalena le dije, precipitándome hacia ella y agarrándola por un brazo. Cese usted en este juego cruel, deténgase usted o me hago matar. Sólo me contestó con una mirada directa que me hizo subir el rubor a la cara y tomó más despacio por el camino del castillo.
Se vió el estanciero á pie, mientras el otro continuaba huyendo con su hija sobre el arzón. Toda su voluntad la concentró en la mano que sostenía el revólver, apuntando éste contra el enemigo fugitivo. Necesitaba matar su caballo. Rojas, que no temía la lucha con las fieras ni con los hombres y pocas veces había conocido el miedo, tembló de emoción... ¡Dar muerte á un caballo!
Soy un papú del Durga, hijo del jefe Uri-Utanate. ¡Del río Durga! exclamó el piloto . ¡Ah, qué suerte! ¿Está muy lejos tu aldea? A dos días de marcha. Y ¿por qué te has alejado de ella? Porque quería matar a Orango-Arfaki, jefe de los montañeses, enemigo de mi padre y de mi tribu. Y ha sido él quien ha estado a punto de matarte a ti. ¿Qué le estás diciendo? preguntó Cornelio. Os lo explicaré.
Ese Gabriel Cornejo, que á más de usurero y corredor de amores, es brujo y asesino, sabe por torpeza mía un secreto. ¡Un secreto! Sabe que yo quiero ó quería matar á don Rodrigo Calderón. Sabe además otro secreto por otra torpeza de Dorotea, esto es, que don Rodrigo Calderón tiene ó tenía cartas de amor de la reina.
Se perfiló con la espada al frente para entrar a matar, pero en el mismo instante creyó que la tierra temblaba, despidiéndolo a gran distancia, que la plaza se venía abajo, que todo se volvía negro y soplaba un vendaval de feroz bramido.
Si me fuera dable matar en mí esta voluntad, siempre activa, siempre inquieta.... No buscar la felicidad, huir del dolor...» Entregado a estas ideas pasé largo rato, cerrados los ojos, de codos en la roca, oculto el rostro entre, las manos. Había obscurecido y era preciso volver a la ciudad. El caserío estaba iluminado y el firmamento tachonado de luceros.
Como el Conde no había de desafiar y matar a todo Madrid, particularmente a las mujeres, la historia de sus amores con doña Beatriz, imaginada o real, pero bordada y comentada por todos estilos, circuló por tertulias, cafés, casinos y teatros.
Estando en esto, llega, como ya el lector se ha podido imaginar, el tío, el qual venia armado de punta en blanco; y lo primero que dixo fué que iba á matar, como era justo, al sabio Memnon y á su sobrina; y lo último, que podria perdonarlos, si le daban mucho dinero.
Ese Jacobo va á matar á usted si no toma el partido de dejarle. La engaña lo bastante para que le haga usted lo mismo. ¡Cállese usted, miserable! Bien sabe que si le engaño alguna vez, no será con usted. ¡Á que sí! Y más pronto de lo que usted cree. ¡Es matemático! Usted será mía y Jacobo mismo habrá de procurarlo.
D. TELL. Pues ése fué tu hermosura. ELVIRA. Mal pruebas lo que procura Tu ingenio. D. TELL. ¿Yo pruebo mal? ELVIRA. El basilisco mortal Mata teniendo intención De matar, y es la razón Tan clara, que mal podía Matarte cuando te vía Para ponerte afición. Y no traigamos aquí Más argumentos, señor. Soy mujer y tengo amor: Nada has de alcanzar de mí.
Palabra del Dia
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