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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Cecilia trabajó en él, con sorpresa profunda de las costureras. Unas lo achacaban a bondad, otras a indiferencia. Lo cierto es que su fisonomía, aunque un poco marchita, expresaba la misma serena alegría de siempre. Sus manos se movían formando las iniciales de su hermana con la misma ligereza que cuando bordaba las suyas.

El juez, que había recobrado su autoridad y que no había cesado de desplegar su talento en la conversación, vuelto hacia nosotros y de espaldas al fuego, nos dirigió la palabra, como a un jurado imaginario, del modo siguiente: Ciertamente que nuestro distinguido amigo aquí presente, se encuentra en aquella disposición descripta por Shakespeare, como la de la marchita y amarilla hoja, o bien ha sufrido algún percance que abatió de un modo prematuro sus facultades físicas e intelectuales.

Ella, la amada, la preferida de otros días, le parecía ahora vieja y marchita frente aquella espléndida rosa que acababa de abrirse por completo. Si no la había abandonado ya, era por debilidad de carácter, por el ascendiente poderoso que en siete años de relaciones había logrado adquirir sobre él. Pero no apetecía otra cosa.

La cantata que se entonó en el teatro era obra del poeta D. Manuel M.ª Arjona, y su autor la había escrito para que se entonase en un concierto ante el rey José, en Córdoba, cosa que no llegó á verificarse. De la letra, ya olvidada hoy, sólo copiaré los últimos versos, que decían: «....Tal vez se mire en aterido invierno gemir el campo en languidez marchita sufriendo su rigor y hielo eterno.

Madre y esposa, veo en tus miradas, Que buscas en sus olas agitadas Al hijo que en su fondo viste ahogar. Te diré donde está: bajo una losa Su blando cuerpo trémulo reposa, Tibio aun con tu calor. ¡Blanca flor que cayó de tu guirnalda Y que al bajar á la maternal falda Llevó marchita el viento del dolor! ¿Quiéres sentir su espíritu invisible?

Al mirarla, mi sangre ha detenido su curso natural; he sentido la angustia de la muerte... No he podida llorar. ¡Ella pobre, marchita, sola y triste! ¡Oh! ¡Cuánto sufrirá! ¡Ella, que ayer en régias bacanales consumia su afan! El vicio y la impureza la han manchado arrugando su faz... ¡Dios mio! Al verla así, ¿cómo no puedo áun dejarla de amar?

Pero pasan los diez meses de cadena, los diez largos meses de estudios, y llegan los días felices de vacaciones: la juventud adquiere su libertad; vuelve al campo, ve nuevamente los álamos del prado, los árboles del bosque, y la fuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojas amarillas que el otoño marchita; llenan sus pulmones con el aire puro de la campiña, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todos los aburrimientos de la escuela serán insuficientes para hacer que desaparezcan del cerebro los recuerdos de la naturaleza libre.

Ella, con lento ademán, sacó del bolsillo su breviario diminuto, y desdoblando la hoja que aquel día estaba señalada por la flor marchita, leyó con voz de rezo, un poco temblorosa: «El mundo pasa y sus deleites.... Y así el que se aparta de sus amigos y conocidos, consigue que se le acerque Dios y sus santos ángeles.... Gran cosa es estar en obediencia, vivir debajo de un superior, y no tener voluntad propia....»

» Es que creo que para ser completamente dichosos, deberíamos estar solos los dos; creo que el amor es una flor delicada y pura, que con la presencia de un tercero se agosta y se marchita, y que para vivir confundidos en una sola alma y en un solo pensamiento no deberíamos ser tres... » ¿Qué quieres decir, Amaury? » ¿No me comprendes, Magdalena?...

Aun es hermosa, y en vano la enfermedad, la tristeza de su marchita belleza, anublan el esplendor; y áun á pesar de las canas que emblanquecen sus cabellos, hay en sus ojos destellos de juventud y de amor. Amor doliente, infinito, mal herido, acongojado, en ardoroso cuidado, en apenador afan; corriente de desventura, que la materia mezquina gasta, corroe, calcina, como el fuego en un volcan.

Palabra del Dia

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