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Actualizado: 4 de junio de 2025
¡Loppi, nunca serás más que un zascandil! ¡El que habla con miedo se queda sin lo que desea! Háblale a la maga como un hombre. Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda. Y el pobre Loppi volvió al charco, como con piernas postizas. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo?
Soledad se hará mansa como una gatita mimosa y te querrá como á las niñas de sus ojos... El majo, que los recordó en aquel momento ¡tan negros, tan brillantes! sintió un estremecimiento de dicha y en un rapto de entusiasmo abrazó á la maga y quiso darle uno de los anillos que llevaba en los dedos; pero no aceptó el regalo; estaba contenta con descubrirle su buenaventura.
Pero mira, ten juicio, y no le digas a tu mujer lo que ha sucedido hoy. Probaré, señora maga, probaré dijo el leñador; y puso en la yerba con mucho cuidado el camarón milagroso, que se metió de un salto en el agua. Iba como la pluma Loppi, de vuelta a su casa. El morral no le pesaba, pero lo puso en el suelo antes de llegar a la puerta, porque ya no podía más de la curiosidad.
Velázquez, que tenía el pecho oprimido, lo desahogó con un largo suspiro que hizo sonreir á la maga; pero su rostro se frunció de nuevo al oirle decir: ¿Y todo eso será como lo cuentas? ¡Gachó! ¡las cartas no mienten! Cuanto has oído te sucederá.
No puedes figurarte cuánto me complací yo refiriendo y cuánto se deleitó D. Pepito oyéndome referir, a vista de las Canarias, todo lo que aconteció a Rinaldo en los jardines de Armida y el regalo, la elegancia y el cariño con que en ellos le recibió y le agasajó aquella voluptuosa maga. Con tales pláticas no es de maravillar que cada día fuese yo cobrando más afición a D. Pepito.
Hay todavía, sin embargo, alteraciones y lagunas en su memoria. Lacante es extraordinario. La fibra paternal hasta ahora inerte y muda, ha vibrado por fin al contacto de esta débil criatura, tan dulce en sus sufrimientos y tan linda en su doliente palidez. ¡Ah, querido! La belleza es una maga poderosa.
¡Oh, señor camarón! ¡oh, señora maga! ¡déjeme que le bese la patica izquierda, la que está del lado del corazón! ¡déjeme que se la bese!
Pero aún más contribuía á turbarle la repetición solemne del nombre de su querida, hecha en voz baja, como una evocación misteriosa y dulce. Así que cuando la maga le dijo con afectada majestad: «En esas siete cartas está escrito tu porvenir» sintió un escalofrío y quedó inmóvil y pálido. María-Manuela volvió las siete cartas, colocándolas en fila, siempre de derecha á izquierda.
Las musas me llaman, la fábula griega me distrae, los bosques de la isla de Calipso me hablan de amor; veo flores, mujeres, altares profanos; huelo perfumes embriagadores; diviso florestas, cuyas sombras parecen ocultar misterios lascivos; oigo á lo léjos un ruido que me intranquiliza, que me seduce; pero que me seduce como nos seduce una maga ó una circe.
¿Qué quiere el leñador? respondió otra voz terrible. Para mí, nada: ¿qué he de querer para mí? Pero la reina, mi mujer, quiere que le diga a la señora maga su último deseo: el último, señora maga. ¿Qué quiere ahora la mujer del leñador? Loppi, espantado, cayó de rodillas. ¡Perdón, señora, perdón! ¡Quiere reinar en el cielo, y ser dueña del mundo!
Palabra del Dia
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