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Actualizado: 4 de mayo de 2025


En el mismo instante los músicos empezaron a tocar algo semejante a una «mazurka» y levantándose rápido el paisano dijo a su compañera: Acompáñeme, que ahí tocan. La criollita no se hizo repetir la invitación y de la mano de su compañero se alejó mientras Melchor se sentaba y decía: Vayan no más, que no se han de ir muy lejos... pero no volvió a verlos aquella tarde.

Era D. José como un director de orquesta, sólo que los músicos eran escribientes y las notas números. Resultaba una sinfonía de orden, que mecía en embriagador arrobamiento el espíritu del tenedor de libros. Al día siguiente, cuando Isidora se levantó, ya estaba su padrino de vuelta de la compra.

Refugiáronse al huerto el cura de Naya y Julián, pasando por la cocina, donde la algazara de los criados, primas del cura, cocineras y músicos era formidable, y los jarros se evaporaban y la comilona amenazaba durar hasta el sol puesto.

A las diez de la mañana iban colocando los músicos sus atriles al final de la cubierta, entre el fumadero y una barandilla, sobre la explanada de popa. Ensanchábase el paseo en este lugar, ofreciendo el aspecto de una terraza de café con mesas al aire libre y arbolillos redondos plantados en cajones verdes.

Hería el suelo tan blandamente, que no parecía sino que se deslizaba por sobre el pavimento, o que algunos hilos invisibles le sostenían de arriba y le columpiaban al son de la música. Con la mano diestra mostraba un adufe revuelto con listones de colores, y que engarzando mil campánulas y pequeñuelos y sonantes címbalos, correspondían, ya viva, ya suavemente, con la armonía de los músicos.

«Mi orquesta es la primera del mundo», contestaba con orgullo el príncipe cuando le cumplimentaban sus invitados; pero sólo de tarde en tarde, estando en los puertos, permitía que la gente de tierra viese á sus músicos.

Spadoni veía el Gaviota II, palacio á hélice, que, cuando anclaba en el gracioso puerto de La Condamine, parecía llenarlo por entero, empequeñeciendo el yate del príncipe de Mónaco y los de los millonarios americanos; alcázar de Las mil y una noches rematado por dos chimeneas, que paseaba por todos los mares del planeta sus gabinetes con fuentes y estatuas, su biblioteca enorme, su salón de fiestas con un estrado-escenario en el que cincuenta músicos, muchos de ellos célebres, daban conciertos para un solo oyente visible, el príncipe Miguel, medio tendido en un diván, mientras la brisa de los trópicos entraba por las altas ventanas, acariciando las cabezas de los oficiales y altos empleados del buque que se agolpaban en sus alféizares.

Los músicos rompieron á tocar un vals juguetón y alegre, colocándose detrás del féretro, y después de ellos abalanzáronse por el camino, formando apretados grupos, todos los curiosos. La barraca, vomitando lejos de ella su digestión de gentío, quedó muda, sombría, con ese ambiente lúgubre de los lugares por donde acaba de pasar la desgracia.

En torno del atril del director estaban los músicos de más renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el Gaviota II formando parte de su orquesta.

Cuando por fin salimos advirtiendo que no se percibía ya ruido alguno, ya no había ni músicos ni bailarines, nadie. Magdalena, sentada en el fondo del gran salón vacío hablaba animadamente con Julia, acurrucada como una gatita en una butaca. Lanzó una exclamación de sorpresa al vernos aparecer en aquel desierto a semejante hora, después de aquella interminable noche tan mal empleada.

Palabra del Dia

bagani

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