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Versaba sobre la milagrosa aparición de la Virgen en la gruta de Lourdes a los pastorcillos Máximo y Bernardeta; estaba en francés y adornado con grabados.

El marqués de Peñalta entró en el cuarto de doña Gertrudis, donde se hallaban a la sazón conversando don Mariano y don Máximo, que no manifestaban de modo alguno en su rostro la zozobra angustiosa, la palidez y el espanto de los que presencian la agonía de un moribundo; lo cual irritaba de tal manera a doña Gertrudis, que casi se hubiera alegrado de morir en aquel momento sólo por darles un susto.

ELECTRA. ¡Pero si me has recomendado todo lo contrario! En tu rostro, en tus ojos, veo cambiadas radicalmente las condiciones de tu vida. temes, Electra. ELECTRA. . . MÁXIMO. : corran libres tus impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y sepamos lo que eres. ELECTRA. ¡Lo que soy! ¿Quieres conocer...? MÁXIMO. Tu alma... ELECTRA. Mis secretos...

Nos agobia, nos esclaviza, no nos deja respirar. MÁXIMO. Hoy no: hoy es indulgente. La maestra, de ordinario tan adusta, hoy nos sonríe con rostro placentero. ¿Ves esa cifra?

MÁXIMO. Este hombre... Venga usted, venga usted, tía. Señora, la señorita ha perdido la razón... Corre, huye, vuela, llamando a su madre... a los que queremos consolarla, ni nos oye ni nos ve. Ya viene. Al ver a los que están en escena, hace alguna resistencia. Suave y cariñosamente la obligan a aproximarse.

Yo estaba afligida al ver el ancho abismo que separa a nuestras almas, pero me esforcé para no dejarlo ver. Realmente, papá, no es culpa tuya... pero... ¿Qué, hija mía? Un día dijiste que si la existencia de Dios no puede ser demostrada, es bueno, sin embargo, obrar como si lo fuese. Mi padre se volvió hacia Máximo.

Cesó de preguntar cuando el médico le hubo dado, a media voz, algunos detalles, empleando términos técnicos. La noche caía. Máximo apenas salía del cuarto de la paciente. Sintióse Julián tan triste y solo, que ya se disponía a subir y encender su altar, para disfrutar al menos la compañía de las velas y los cuadritos. Pero don Pedro entró impetuosamente, como una ráfaga de viento huracanado.

Su desidia es tan grande como su disposición para todas las artes. CUESTA. Que nos enseñe sus acuarelas y dibujos. Verá usted, Marqués. ELECTRA. ¡Ay, ! Soy una gran artista. MÁXIMO. Alábate, pandero. Tiene usted razón, Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el caso de Electra, su razón es como un astro de luz tan espléndida, que a todos nos obscurece.

Fue Pepito... Los papeles llenos de garabatos, los cogí yo, creyendo que no servían para nada. CUESTA. Vamos, haya paces. MÁXIMO. Paces. ELECTRA. Esto por lo que me has dicho. MÁXIMO. ¡Si no he callado nada! PANTOJA. Formalidad, juicio. EVARISTA. ¿Qué te ha dicho?

Pero el amor me vuelve modesta, Máximo, y yo lo amo a usted... bien lo sabe. ¡Ah, la hechicera! Todo lo olvidé. Había vuelto a tomar su timbre de voz encantador, un poco velado, más conmovedor que todas las palabras, y la sonrisa de misteriosas promesas que la hacen irresistible cuando ella quiere serlo. Todo mi rencor se había disipado y sólo vinieron a mis labios palabras de excusa y de amor.