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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Lo que me preocupaba entonces era el asombro de que Luciana, comprometida con Máximo, hubiera tratado de casarse con Lautrec. Hay en esto un misterio. Yo no he soñado que ha seguido con él una correspondencia secreta, que me ha encargado de rescatar, aun a riesgo de comprometerme.

Para alcanzar perdón más valen las lágrimas que las palabras, porque las lágrimas, como dice San Máximo, son ruegos callados, no piden perdón, sino que lo merecen. Con las lágrimas no se engaña como con las palabras.

Abrí mi cajón y le entregué el sobre cuidadosamente lacrado y en el que estaban escritas estas palabras: «Para quemarloLuciana le abrió, contó los pliegos, y dijo: Están todas... ¡Qué amable ha sido usted!... ¿Le costó trabajo obtenerlas? Ninguno... La dificultad estuvo en entregármelas aquella misma noche sin que nadie lo notase. ¿Y lo logró? No por completo... Máximo lo vio. ¡Máximo!...

Imagina el efecto de esa hija que le cae de improviso como una revelación que va a divertir, y casi a escandalizar, a sus respetables colegas de la Academia... ¿Cómo va a salir de la aventura? Es verdad que existe el convento... hasta que se case, dice él... ¿Quién sabe? Quizá hasta la muerte... Si la mete allí, allí se quedará. Máximo a su hermano. 2 de julio de 190...

Al mismo tiempo esta rodilla izquierda se me había inflamado de tal modo que no pude ir siquiera desde mi cuarto al comedor. Le mandé recado a don Máximo, y hasta el oscurecer no vino.

Cero, trescientos diez y ocho... Hazme el favor de alcanzarme las Tablas de resistencias... aquel libro rojo... MÁXIMO. Más arriba. ELECTRA. Ya, ya...¡qué tonta! MÁXIMO. Es maravilloso que en tan poco tiempo conozcas mis libros y el lugar que ocupan. ELECTRA. No dirás que no lo he puesto todo muy arregladito. MÁXIMO. ¡Gracias a Dios que veo en mi estudio la limpieza y el orden!

MÁXIMO. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que... El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón.

Despertó cuando ya era de día. Al encontrarse vestido, se acordó, y tratándose mentalmente de marmota y leño, pensó si ya estaría en el mundo el nuevo Moscoso. Bajó apresurado, frotándose los párpados, medio aturdido aún. En la antesala de la cocina se dio de manos a boca con Máximo Juncal, el médico de Cebre, con bufanda de lana gris arrollada al cuello, chaquetón de paño pardo, botas y espuelas.

Lo que se cuenta, se mide o se pesa contesté; no vale nada al lado de una sola gota de infinito... Luciana dejó ver su bella y seductora sonrisa y respondió: Lo veo a usted venir: el amor es infinito, ¿verdad? Lo es el mío, ciertamente. Diga usted el nuestro, Máximo.

Por la noche, antes de volverse a París en el último tren, esos señores quisieron acompañarnos, a mi padre y a mi, a la «Villa Sol». Mi padre, un poco molestado de la gota, iba apoyado en el brazo de don Máximo.

Palabra del Dia

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