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Actualizado: 10 de junio de 2025
Se dirá, ¿qué sentimiento vengativo cabe que los pobres humanos inspiren a los dioses majestuosos? Pues sí; les inspiran el sentimiento más vengativo, el de la envidia. Belarmino era remendón de portal. Apolonio poseía un establecimiento lujoso y cobraba por par de botas hasta cinco duros, precio exorbitante por entonces en Pilares. Esto no obstante, Apolonio se hubiera cambiado por Belarmino.
Pero no; tiene una figura demasiado elegante; sus zapatos son demasiado delicados, su delantal demasiado lujoso, y el pañuelo blanco que le cubre de un modo tan pintoresco es de tela demasiado fina para una criada. ¡Si no ocultase tanto el rostro!
Y mientras el viento cesaba por completo y en el aire aún abrasado Yaguaí arrastraba por la meseta su diminuta mancha blanca, las palmeras, recortándose inmóviles sobre el río cuajado en rubí, infundían en el paisaje una sensación de lujoso y sombrío oasis. Los días se sucedían iguales.
Figuraos que desde la cumbre del Mont-Blanc tendéis la mirada buscando la eterna mar de hielo, como un sudario de las aguas muertas y que veis de pronto surgir un valle tropical, riente, lujoso, lascivo, frente a frente a aquella naturaleza severa, rígida e imperturbable.
El padre Anselmo, viendo que don Andrés y los señores de Roldan hacían regalos muy lucidos, no quiso ser menos, hasta donde sus recursos lo consintieran. Y con el fin de que su regalo tuviese el significado de retractación y palinodia, prometió hacer venir de Madrid un lujoso corte para un vestido de seda.
Como había pasado la mayor parte de la existencia simplificando su vida y prescindiendo de comodidades, ya no necesitaba estas comodidades. Celinda, la antigua amazona, y su esposo, tenían á la puerta del hotel, desde las primeras horas de la mañana, un lujoso automóvil.
Y entonces se levantó Don Pomposo del sofá colorado: «Mira, mira, Bebé, lo que te tengo guardado: esto cuesta mucho dinero, Bebé: esto es para que quieras mucho a tu tío». Y se sacó del bolsillo un llavero como con treinta llaves, y abrió una gaveta que olía a lo que huele el tocador de Luisa, y le trajo a Bebé un sable dorado ¡oh, que sable! ¡oh, qué gran sable! y le abrochó por la cintura el cinturón de charol ¡oh, qué cinturón tan lujoso! y le dijo: «Anda, Bebé: mírate al espejo; ése es un sable muy rico: eso no es más que para Bebé, para el niño». Y Bebé, muy contento, volvió la cabeza adonde estaba Raúl, que lo miraba, miraba al sable, con los ojos más grandes que nunca, y con la cara muy triste, como si se fuera a morir: ¡oh, que sable tan feo, tan feo! ¡oh, qué tío tan malo!
A un lado extendía su corriente el río Urola, pasando bajo un puente metálico: al otro se alzaba una gran casa con soportales, de aspecto lujoso, en la que estaba el hotel para los ricos que llegaban á hacer ejercicios espirituales y no podían pernoctar en el monasterio. Aresti entró en la iglesia: una rotonda de clara luz, cubierta de mármoles de vivos colores.¡Ah, el templo risueño y bonito!
El que le escribía era un abogado de París, y Ferragut presintió por el papel lujoso y las señas de su domicilio que debía ser un maître célebre. Hasta recordaba haber encontrado alguna vez su nombre en los periódicos. Empezó la lectura de la primera página allí mismo, ansiando saber por qué causa le escribía el grave personaje.
Comimos luego en un lujoso y aéreo Restaurant, situado en la Plaza de la Bolsa, cuyo dueño se llama como jamás olvidaré, Champeaux. Ignoro si este nombre puede tener para los oídos franceses alguna poesía; pero sé muy bien que es un nombre célebre, prosáica y dolorosamente célebre para mi afligido bolsillo, como verá el lector en el PARIS CURIOSO.
Palabra del Dia
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