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En todo aquel día el juzgado no cesó de trabajar. Se tomó declaración a cuantas personas pudieron haber tenido relación con el niño en aquellos días, a las niñeras que le habían visto en el Retiro, a los chicos, a sus padres, etc. Mario y Carlota recorrían llorosos, anhelantes las casas de todos los conocidos buscando alguna noticia. Al llegar la noche nada se sabía aún.

Vamos a ver, querida Juana, tenemos apenas un cuarto de hora, y no hay tiempo para una querella y una reconciliación. ¿Quieres que empecemos por el fin? En el fondo, ya sabes que te amo. La pobre miss era incapaz de resistir a la inflexión tierna y acariciadora de aquella voz burlona de ordinario, y suspiró, mas que dijo, levantando hasta él los ojos llorosos: ¡Ay! no pido más que creerte.

Lo que importa es hacerle saber, de un modo que no deje lugar á dudas, que todo acabó, que ya no te acuerdas de él, que lo pasado fué una falta de la que te muestras arrepentida... ¿Estamos? Pepita movió la cabeza afirmativamente, con los ojos llorosos, sin que adivinase el confesor si esta emoción era por la pena del rompimiento ó por el miedo que le inspiraba su pecado.

Di, Homero: ¿qué has hecho de aquella muchacha tan simpática que llevabas del brazo?... ¿La encontraste en algún libro griego? ¿Era ática o beocia? Está en el hospital contestó Maltrana con los ojos llorosos. Su acento era tan triste, que impuso silencio a los alegres compañeros. Pasaba las noches en la redacción.

Así, las caras estaban alegres en la mañana siguiente, cuando, soltando los cables, el vapor se puso en movimiento. Sólo unos ojos, llenos de lágrimas, seguían la marcha oblicua de una pequeña canoa que acababa de separarse del Confianza y en la que iba un hombre joven, con el corazón no más sereno que aquel que asomaba a los llorosos ojos y se difundía en la última mirada...

-Querría, señor -respondió el labrador-, que vuestra merced me hiciese merced de darme una carta de favor para mi consuegro, suplicándole sea servido de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna, ni en los de la naturaleza; porque, para decir la verdad, señor gobernador, mi hijo es endemoniado, y no hay día que tres o cuatro veces no le atormenten los malignos espíritus; y de haber caído una vez en el fuego, tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; pero tiene una condición de un ángel, y si no es que se aporrea y se da de puñadas él mesmo a mesmo, fuera un bendito.

¡Qué! ¡si todo Madrid está que lo ahogan con un cabello, y aquella casa parece un jubileo! dijo una de las viejas ; yo he sudado y me he estropeado para poder entrar donde está la difunta, y me han roto la saya; ¡si aquello es mucho! ¡y qué lujo! y allí están todos los cómicos del corral de la Pacheca, y los del coliseo del Príncipe, y los del coliseo de la Cruz, y muchos señores, y muchos grandes, y cuatro lacayotes con hachas, que diz que son del señor duque de Lerma, que diz era querido de la comedianta; y allí está también el inquisidor general y otros religiosos, todos rezando, y la sala hecha un ascua de oro de luces, y la calle que no cabe un alfiler de gente, y todos tristes, y todos llorosos; y están dando limosna á más y mejor en la puerta á todos los pobres que llegan. ¡Si parece que se ha muerto una persona real!

Y llegando las dos a un corredor oscuro, se abrazaron con ímpetu, consternadas hasta el llanto por aquella penosa evocación de la sombra paterna. Entrecerrando los ojos, apoyó la frente contra el frío cristal de la ventanilla. Y entonces, en aquella profunda lontananza, las dos criaturas se desenlazaron y la miraron a ella con los ojos llorosos, fijamente.

Después, más esfumada, más indecisa, la cara de la dulce compañera, de Sagrario, contemplándole con ojos llorosos de inmensa pena, besándolo con la mirada, sin que la intimidasen los hombres negros y las armas que la rodeaban.

Pero estas negligencias se repetían tan a menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fue preciso al marido recurrir a los pellizcos y a los pisotones; y ya la señora, que a duras penas había podido hacerse superior hasta entonces a las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos. Señora, no se incomode usted por eso le dijo el que a su lado tenía.