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La campesina avanzó silenciosamente por el sendero, y se aproximó a la viuda, que se había ido a sentar en un banco algo apartado, vuelto de espaldas al castillo. Siéntese a mi lado, Catalina le dijo , y hábleme despacio, pues el bosque puede ocultar espías. ¿Qué os pasa? Tenéis los ojos llorosos. , el corazón oprimido por el espanto.

La mamá de la señorita, con dulce melancolía, la recoge y la guarda en un mueble tradicional. La señorita no hace caso de su muñeca: le parece un objeto antediluviano, pues aunque el tiempo pasado es poco, la trasformación es tanta que todo lo de ayer ha adquirido carácter remoto. Ya vendrá un día en que vuelva sus ojos, acaso tristes, acaso llorosos, a la muñeca que alborozó sus horas infantiles.

Nadie sospechó la menor superchería, y, tres meses después, el conde de Bruinsteen estrechaba entre sus brazos a la niña robada, dando gracias a Dios por haberle conservado a su única heredera... Veo, Marta, que tenéis los ojos llorosos.

Ella escudriñó su conciencia, llena de pequeñas acciones inocentes, y la infeliz se reprochó mil faltas imaginarias, y al día siguiente estuvo desempeñando sus quehaceres domésticos toda cabizbaja y con ojos llorosos. Antes de que el ministro hubiera tenido tiempo de celebrar su victoria sobre esta última tentación, experimentó otro impulso no ya ridículo, sino casi horrible.

Pues mira, Sansón, procura que no te oiga él, el chiquitín ese de los ojillos llorosos, porque sólo entonces conocerías la fuerza de sus puños. Por lo demás, tres meses de plazo te doy para cambiar de opinión. Al capitán Morel sólo le conocen los que lo han visto hilar por lo fino en la guerra. Ya verás, ya verás.

Enrique y Miguel se miraron y sonrieron como cazurros; pero estaban un poco pálidos. A ver dijo doña Martina al criado, suba usted al cuarto de la señorita y dígale que ya estamos a la mesa. No hubo necesidad. En aquel momento apareció Eulalia, toda sofocada, con los ojos llorosos y una jofaina entre las manos. ¿Qué es eso? preguntó doña Martina con sorpresa.

Sagrario, que abandonaba su máquina para pasar gran parte del día en casa del zapatero, así lo decía en voz baja a su tío. Ella hacía las faenas de la casa, mientras la pobre madre, inmóvil en una silla, con el pequeñuelo en el regazo, lo contemplaba con ojos llorosos.

Necesito mi dinero; y además, a me repugna eso de hipotecas, pagarés y préstamos de los usureros. Como dice el tío, eso queda para las gentes perdidas. Pero deseaba salvar a su madre del compromiso; encogíasele el corazón al verla tan hermosa, tan «señora», con los ojos llorosos y la frente surcada por dolorosas arrugas, y buscaba mentalmente un medio para sacarla de la situación.

21 Me oían, y esperaban; y callaban a mi consejo. 22 Tras mi palabra no replicaban, mas mi razón destilaba sobre ellos. 25 Aprobaba el camino de ellos, y me sentaba en cabecera; y moraba como rey en el ejército, como el que consuela llorosos. 1 Mas ahora los más mozos de días que yo, se ríen de ; cuyos padres yo desdeñara ponerlos con los perros de mi ganado.

Vergara y el Obispo se han movido, En esto de salir, que no debieran, Al Perú: pero habiendo ya venido A Santa Cruz, nunca ellos vinieran; Allí les fuè por Chaves impedido El camino: yo creo que si pudieran Pasar, ellos pasáran; mas yo hallo Que en propio muladar bien canta el gallo. El Chaves á los Charcas va y camina, Dejándose á los pobres muy llorosos.