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Actualizado: 13 de julio de 2025
Como si quisiera indemnizarme del susto y de las injurias que me había dicho, ninguna noche estuvo tan cariñosa y zalamera. Tirándome por las manos y sonriendo con sus ojos llorosos aún, exclamaba: ¿No parece mentira que haya llegado a enamorarme de este modo de un gallego? No obstante, desde entonces había días en que me hacía padecer mucho con sus celos injustificados.
Déjeme Vd. acabar. A todas sus maldades ha añadido otra mucho mayor. Paz volvió a sentarse, ocultando entre las manos los llorosos ojos. Y no queremos de ningún modo ser cómplices de una nueva infamia. Hemos sabido sus relaciones con Vd., tan digna, tan buena y respetable.
Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo.
Sin acordarse de desayunar siquiera, ni detenerse más tiempo que el preciso para lavarse en el tocador los ojos llorosos, corrió Elvira a casa de la marquesa de Villasis, haciéndose la ilusión de que iba a buscar en el claro entendimiento y en el cariño acendrado de su amiga un consejo prudente, y yendo en realidad en busca de algo que con la autoridad de aquella pudiera robustecer y dar cuerpo a su esperanza...
Palabra del Dia
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