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Porque hoy nos desayunamos antes, iremos a misa antes... y después..., después Dios dirá. Pero necesito concluir de extender estos recibos. Pues no se concluyen. Entonces no es que Dios dirá; es que dices repuso él en tono jocoso. Eso es, digo yo... y mando que te vengas conmigo ahora mismo a desayunar. Así se hizo.

A la mañana siguiente hizo la vida de siempre. Después de desayunar en compañía de su esposa, estuvo leyendo o trabajando en su despacho. Con aquélla, aunque todavía serio, se mostró dulce y afectuoso. Clara, sorprendida, fue tan dichosa, que antes de encerrarse le besó con transporte y luego lloró de felicidad a solas. Las vagas sospechas de que Tristán pudiese provocar al marqués se disiparon.

Ya no me esperaba en el corredor a la hora en que lavaba las jaulas y regaba las flores, y si allí la sorprendía yo parecía más atenta a los quehaceres domésticos que a mi conversación. ¿A dónde va usted? me decía. Ya es tarde ¡Pronto, pronto! ¡A pasear! Si ha de volver usted para desayunar... ¡a la calle! Así me despedía.

La sorpresa de su esposo fue mucho mayor. Ordinariamente él se levantaba muy temprano como hombre de negocios que era, y apoyándose en su bastón iba hasta su despacho y allí trabajaba hasta las nueve, hora en que venía a desayunar al dormitorio con su mujer, que aún permanecía en la cama. Luego la ayudaba a vestirse sin llamar a la doncella y tornaba al escritorio.

Sin acordarse de desayunar siquiera, ni detenerse más tiempo que el preciso para lavarse en el tocador los ojos llorosos, corrió Elvira a casa de la marquesa de Villasis, haciéndose la ilusión de que iba a buscar en el claro entendimiento y en el cariño acendrado de su amiga un consejo prudente, y yendo en realidad en busca de algo que con la autoridad de aquella pudiera robustecer y dar cuerpo a su esperanza...

Levantóse, en fin, el señor gobernador, y, por orden del doctor Pedro Recio, le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que la trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas; pero, viendo que aquello era más fuerza que voluntad, pasó por ello, con harto dolor de su alma y fatiga de su estómago, haciéndole creer Pedro Recio que los manjares pocos y delicados avivaban el ingenio, que era lo que más convenía a las personas constituidas en mandos y en oficios graves, donde se han de aprovechar no tanto de las fuerzas corporales como de las del entendimiento.