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Quiso volverse acometida de una vergüenza inexplicable, pero ya la habían divisado y el tío Leandro venía hacia ella con el sombrerete en la mano. Buenos días tenga nuestra ama, ¡buenos días! Ningún pájaro hay aquí más alegre cuando sale el sol que nosotros lo estamos viéndola por sus posesiones, mi señora. Gracias, gracias.

Mucho; pero me alegraría de haberte visto primero. Hace hora y media que te estoy esperando. ¿Y qué? ¿Es gran sacrificio esperar hora y media a la mujer que se adora? ¿ no has leído que Leandro pasaba todas las noches el Helesponto a nado para ver a su amada?... No; no has leído eso ni nada.... Mejor: yo creo que te sentaría mal la ciencia.

Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir á los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; D. Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin ¡oh última de las desgracias! crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces piden versos y décimas, y no hay más poeta que Fígaro.

¿Qué hay, Remigio? le preguntó el banquero. Acaba de llegar un amigo del Pardo, el cochero de los señores de Mudela, y me ha dicho que el señorito Leandro se encontraba un poco enfermo.... ¡Claro! ¡Qué le había de pasar a ese chiquillo!... No está acostumbrado a tales juergas. Toda la vida en el colegio o pegado a las faldas de su madre.

Lo que retengo en la memoria admirablemente es que Gloria me sirvió almíbar de azahar, diciéndome que era cosa exquisita, y que yo no lo encontré tanto, y que ella se enfadó y me dijo que era un simple y un desaborío, y que yo, para cortar la discusión, le dije que si me la sirvieran a ella en ese almíbar la comería, pero otra cosa, no; y que ella me respondió, riendo, que yo «era un gaditano con más conchas que un galápago». En cambio, cinco yemas de San Leandro, que me hizo comer una tras otra, me parecieron deliciosas, y alabé las manos de las monjas y a Dios, que las había criado.

En esta noticia dijo Maravillas a su padre , no hay nada, absolutamente nada de particular; de particular malicioso, se entiende: la relación, hasta galante y cortés, del caso que se refiere de público en la villa. Pues enseguida viene la Variante histórica... fíjese usted bien, histórica, a la fábula de Hero y Leandro.

Vamos en busca de la tarima manifestó Elena secamente y echando a andar con una resolución que sorprendió a Núñez. Este, antes de seguirla, se volvió hacia los pastores: ¡Salud, amigos! Seguid cuidando fielmente de los puercos de vuestro señor. Aquí no ha habido puercos, caballero, hasta el día de hoy respondió el tío Leandro gravemente. Núñez le clavó una mirada insolente y escrutadora.

En la tierra que había entre ellas, ardiente y feraz, crecían innumerables especies de flores silvestres de formas caprichosas, de aroma penetrante. Reynoso arrancó a puñados el tomillo, lo aspiró con voluptuosidad y se lo guardó en los bolsillos. Rico olor el de la mejorana, ¿verdad, mi señor? dijo una voz a su espalda. No es mejorana, Leandro, es salsero. ¿No ves sus florecitas? Verdad es.

D. Leandro, por su parte, sacando del bolsillo la flauta hecha pedazos, y uniéndolos después con esmero, y templándola con pausa, principiaba a atormentar a Rossini y Mercadante, aunque más tímidamente y confesando su indignidad. Los chicos se reunían en torno de uno o de otro, según sus aficiones; pero los más preferían los ejercicios gimnásticos del capellán.

Rosalina, hija de Leandro, sabe por su tío Lucano la desaparición de su padre, y su pena es tanto mayor, cuanto que también le afligen las persecuciones de un portugués, que la ama, y de cuya importunidad sólo puede librarle un poderoso protector.