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Actualizado: 1 de julio de 2025
La señorita Margarita murmuró algunas palabras, que no pude oir, con vivo pesar mío, lo confieso, y á las que su madre respondió: No te digo lo contrario, hija; pero no por eso es menos ridículo de parte del señor Laubepin. ¿Cómo quieres que un señor como éste vaya á correr con zuecos? Mira, Margarita, si le acompañaras á la habitación de tu abuelo...
Vamos, hermano, valor. Lunes, 27 de abril. He esperado en vano durante cinco días, noticias del señor Laubepin, confieso que contaba seriamente con el interés que había parecido manifestarme. Su experiencia, sus conocimientos prácticos, sus muchas relaciones le proporcionaban los medios de serme útil.
Mi última entrevista con el señor Laubepin fué penosa: he consagrado á este anciano los sentimientos de un hijo. En seguida, fué preciso decir adiós á Elena. Para hacerla comprender la necesidad en que me hallo de aceptar un empleo, fué indispensable dejarle entrever una parte de la verdad. Hablé de dificultades pasajeras de fortuna.
No habiendo llegado el señor Laubepin esta mañana, la señora de Laroque me ha hecho pedir algunas instrucciones que le eran necesarias para arreglar las bases previas del contrato, el cual como ya he dicho, debe ser firmado mañana.
Agregando á esta reserva las economías que podrá usted hacer cada año, sobre sus honorarios, tendremos en diez años, una linda dote para Elena... Venga á almorzar mañana con el maestro Laubepin y acabaremos de arreglar todo esto... ¡Buenas noches, Máximo, buenas noches, mi querido hijo! ¡Que Dios le bendiga, señor! Ayer dejé á París.
Ha hecho larga provisión de guantes, papel rosado, confites para sus amigas, esencias finas, jabones extraordinarios, pinceles pequeños, cosas todas muy útiles sin duda, pero que lo son mucho menos que una comida. ¡Quiera Dios, lo ignore siempre! A las seis estaba en la calle Cassette, casa del señor Laubepin.
Contaba con pedir al señor Laubepin algún dinero á cuenta, sobre los tres ó cuatro mil francos que deben quedarnos después del pago íntegro de nuestras deudas, pues por más que me haga el anacoreta desde mi llegada á París, la suma insignificante que había podido reservar para mí viaje, está agotada completamente, y tan agotada que después de haber hecho esta mañana un verdadero almuerzo de pastor, castanoe molles et pressi copia lactis, he tenido que recurrir para comer, á una especie de pillería, cuyo melancólico recuerdo quiero consignar aquí.
Pocos instantes después llamaron á mi puerta, y mientras Luisa se perdía en la sombra, vi aparecer el solemne perfil del viejo notario. El señor Laubepin arrojó una rápida mirada sobre la bandeja donde yo había reunido los restos de la comida; luego avanzando hacia mí y abriéndome los brazos en señal de confusión y de reproche á la vez: Señor Marqués dijo, en nombre del Cielo, ¿cómo no me ha...?
Llegábamos á la meseta de la escalera: el señor Laubepin, cuyo cuerpo se encorva un poco cuando camina, se enderezó bruscamente. En lo que concierne á los acreedores, señor Marqués me dijo lo obedeceré con respeto. Por lo que á mí concierne, he sido el amigo de su señora madre, y suplico humilde y encarecidamente á su hijo, que me trate como á un amigo.
El señor Laubepin, cuando fuí recientemente á París, para abrazar á mi hermana, me agradeció con una viva sensibilidad el honor que hacía á los compromisos que por mí había contraído. Valor, Máximo me dijo: dotaremos á Elena. La pobre niña no carecerá de nada, por decirlo así.
Palabra del Dia
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