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Terminada mi breve comida, ordené un poco mis papeles y escribí dos palabras al señor Laubepin. Para en todo caso le recomendaba á Elena. La idea del abandono en que la dejaría en caso de una desgracia, me laceraba el corazón, sin alterar en lo más mínimo mis inmutables principios.

El señor Laubepin se inclinó ligeramente. Sea dijo, pero me es imposible dejar de observar, señor marqués, que una vez hecho este pago con el depósito que está en mi poder, no les quedará por toda fortuna, á la señorita Elena y á usted, más que cuatro ó cinco mil libras, las cuales, al interés actual, les darán una renta de 225 francos.

Me parece que hay en esto una contradicción singular y misteriosa, como si sintiésemos á la vez en el trabajo, el castigo y el carácter divino y paternal del juez. Jueves. Esta mañana al despertar, se me entregó una carta del viejo Laubepin. En ella me invitaba á comer, excusándose de esta gran libertad, y no haciéndome comunicación alguna relativa á mis intereses.

Le hice repetir la noticia que me trajo y que me parecía inconcebible. La señorita Porhoet había recibido la víspera, de manos del señor Laubepin, un pliego ministerial, que le anunciaba que era puesta en plena y entera posesión de la herencia de sus parientes de España.

Apenas honrado con la confianza de usted, mi primer deber era aconsejarle que no aceptase sino bajo beneficio de inventario, la embrollada sucesión que le había correspondido. Esta medida, señor, me ha parecido que ultrajaba la memoria de mi padre, y debí negarme. El señor Laubepin me lanzó una de sus miradas inquisitoriales que le son familiares; y repuso.

Bellacos de esta especie, palafreneros sin costumbres, como éste, que vimos salir en el último siglo, dirigidos por el entonces Duque de Chartres, de las caballerizas inglesas para preludiar la revolución. ¡Oh, si no hubieran hecho más que preludiarla! dijo sentenciosamente el señor Laubepin se les perdonaría. Le pido un millón de excusas, mi querido señor, pero hable.

¿Máximo Odiot, el intendente que el señor Laubepin...? , señora. ¿Está usted bien seguro? ¡Cómo no, señora! perfectamente respondí sin poder contener una sonrisa. Arrojó una rápida mirada sobre la viuda del agente de cambio, y luego sobre la niña de severa frente, como para decirles: ¿Comprenden ustedes esto?