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Actualizado: 1 de julio de 2025


Cuando el señor Laubepin acababa de rendirse á mismo este honorífico testimonio, una vieja criada vino á anunciarnos que la comida estaba servida. Tuve entonces el placer de conducir al comedor á la señora de Laubepin. Durante la comida la conversación se arrastró en los más insignificantes asuntos.

El señor Laubepin, á quien he consultado, es también de esta opinión, que me esforzaré en ocultar á mi anciana amiga, tanto como las circunstancias lo permitan. Entretanto, le doy el placer de examinar pieza por pieza, sus archivos de familia, en los que espero siempre descubrir algún título decisivo en su favor.

Me había levantado muy agitado. El señor Laubepin, que había dado algunos pasos por el gabinete, me tomó del brazo. Perdón, joven me dijo, pero yo amaba á su madre de usted, la he llorado; perdóneme... Después, volviéndose á colocar delante de la chimenea: Voy á continuar añadió con el tono solemne que le es habitual. Tuve el honor y la pena de redactar el contrato matrimonial de su señora madre.

No me cuido de sus ultrajes... Por otra parte, me vengaré, y muy pronto... ¡Ah! es usted seguramente muy hábil, señor de Champcey y no puedo menos de cumplimentarle... Representa admirablemente el papel de desinterés y de reserva, que su amigo Laubepin no habrá dejado de recomendarle al enviarle aquí...

Ella vive dichosa en su convento; es bastante joven para permanecer allí algunos años, yo aceptaría de todo corazón cualquier ocupación que me permitiera, reduciéndome á la mayor estrechez, ganar cada año el precio de la pensión de mi hermana y reunirle un dote para el porvenir. El señor Laubepin me miró con fijeza.

En fin, me contenté con escribir al señor Laubepin, que mi situación podía hacérseme intolerable, bajo ciertas faces, de un instante á otro, y que ambicionaba ávidamente cualquier empleo, si menos retribuído, más independiente. Desde el día siguiente, me presenté en el castillo, donde el señor de Bevallan me acogió con cordialidad.

Me es imposible concebir en virtud de qué motivos el señor Laubepin me ha aconsejado que demorare mi partida. ¿Qué puedo esperar de este aplazamiento?

Ahora continuó el señor Laubepin, después de un corto silencio, ha llegado el momento de decirle, señor marqués, que su señora madre, en previsión de las eventualidades que por desgracia se realizan hoy, me confió en depósito algunas alhajas cuyo valor se ha estimado en unos cincuenta mil francos.

Eran las nueve de la noche cuando descendí del carruaje, en el húmedo umbral de la casita en que acababa de entrar, aunque tardíamente, esta fortuna casi real. La sirvienta vino á abrirme; lloraba amargamente. al instante la voz grave del señor Laubepin que dijo:

Excepto el secreto que había descubierto la víspera en los archivos del señor Laroque, nada le he ocultado. Cuando terminé, el señor Laubepin cuya frente se había puesto recelosa hacía un momento, tomó la palabra. Es inútil disimular, amigo mío dijo que al enviarle aquí, premeditaba unirlo con la señorita Laroque. Al principio todo marchó conforme á mis deseos.

Palabra del Dia

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