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Actualizado: 18 de julio de 2025


Pero, al acercarse a una puerta, su oído comenzó a escuchar un acompañamiento de rabel y una voz juvenil y melodiosa. Despegó azoradamente los labios. ¡Su hija! De estancia en estancia fuese acercando a la alcoba. La puerta mal cerrada dejaba una abertura, pero don Alonso no pudo ver sino a la dueña que, sentada sobre un almohadón, seguía el compás con la cabeza, entrecerrando los ojos.

Han pretendido algunos críticos, en particular extranjeros, que durante el período juvenil a que pertenecen las obras citadas, Velázquez imitó a Ribera, a Zurbarán y a Luis Tristán. Para darse cuenta de lo erróneo de la apreciación, basta examinar con cuidado la Adoración de los reyes del Museo del Prado.

La numerosa juventud que el Colegio de Ciencias Morales, fundado por Rivadavia, había reunido de todas las provincias, la que la Universidad, el Seminario y los muchos establecimientos de educación que pululaban en aquella ciudad que tuvo un día el candor de llamarse la Atenas americana habían preparado para la vida pública, se encontraba sin foro, sin Prensa, sin tribuna, sin esa vida pública, sin teatro, en fin, en que ensayar las fuerzas de una inteligencia juvenil y llena de actividad.

Y al decir esto sacaba el pecho y tendía los brazos en cruz, haciendo alarde de la energía vital, de la juvenil acometividad depositadas en su cuerpo. En fin, padrino, que con lo que yo tengo naide se muere de jambre.

Venía ella con vestido de seda muy ceñido, que revelaba todas las airosas curvas de su cuerpo juvenil, y en la graciosa cabeza, sobre el pelo negro como el azabache, llevaba claveles rojos y una mantilla blanca de rica blonda catalana. La función hacía tiempo que había empezado.

Fernando la había deseado con su ávida admiración juvenil. ¡Qué mujer!... Pero ella, orgullosa de su belleza y de su nuevo rango, apenas se fijó en el modesto secretario de una Legación americana, de paso en París. Sólo tenía sonrisas para los personajes importantes que la rodeaban, y un gesto de agradecimiento para aquel viudo rico y viejo que, contrariando a sus hijos, la había hecho su esposa.

Con la suprema vibración de todos sus nervios, Carmen se desprendió por segunda vez de las garras feroces, y en aquel minuto de libertad providente le puso al mozo las dos manos en el pecho y le dió un empujón con todo el vigor juvenil de su noble sangre sublevada y de sus músculos en tensión.

Brasa y no pavesa ha de ser lo que quede de la juvenil exaltación espiritual y del ardor de los sentidos. «¡Te amo!». Es una frase de novela, excesiva, afectada. «Te quiero», es una frase más sencilla, más grave, más profunda y más humana. «¡Te amo!», dice Don Juan, que nunca fué un hombre honrado. «Te quiero», dice el hombre de bien, que seguramente cumple lo que dice.

En la sala no había nadie; pero saliendo de una alcoba se escuchaba una voz vibrante y acentuada que al parecer leía, y de tiempo en tiempo una voz juvenil y fresca, incitante voz de mujer, que se reía de la mejor gana del mundo. El bufón adelantó y levantó una de las cortinas bordadas que cubrían la puerta de la alcoba.

Ni Roussel ni la señorita Guichard habían hablado de sus disentimientos á Mauricio y á Herminia, obedeciendo al miedo de sembrar el odio en aquellos sencillos espíritus. Los dos muchachos crecieron y entraron en la edad juvenil. Mauricio, después de terminar sus estudios, había manifestado una afición muy marcada por la pintura.

Palabra del Dia

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