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Actualizado: 18 de junio de 2025
De repente vino a interrumpir sus reflexiones un vozarrón juvenil que resonaba a su lado, modulando entre sus discordantes notas todas las delicadezas del cariño y la ternura. Pero ajonde usted, madre decía . ¡Si es que no coge usted náa!...
En el grupo juvenil donde la sensible señorita de Delgado figuraba, contra los deseos vehementemente expresados de Rosarito, que aseguraba sobre su honrada palabra que la citada señorita la había tenido a ella en brazos muchas veces, y que cuando iba a confesarse siendo niña, y la señorita de Delgado se hallaba en casa, le besaba la mano como a una persona mayor, se empezó a discutir con extraordinario fuego acerca de la música.
Pero en vano esperaban algunos que avanzase una puesta, imaginándose que sólo podía jugar cantidades enormes. Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa de Delille abandonaba su asiento para trasladarse á otra mesa, el príncipe le salía al paso con la mano tendida y una sonrisa juvenil.
Como si se contemplase segura y libre de miradas indiscretas, sus ojos se fueron serenando poco a poco y se posaron con indiferencia en las pocas personas que en el carruaje había; mas no desapareció del todo la sombra de preocupación esparcida por su rostro, ni el gesto de desdén que hacía imponente su hermosura. El juvenil admirador no había renunciado a perderla de vista.
Pero ¡qué donosa estaba y qué linda, con su revoltijo de cabellos castaños sombreándole la cara juvenil, tersa y sonrosada, hablando por sus ojos azules, de largas pestañas, tanto como por su boquita de labios rojos sobre los dientes más blancos y apretados que yo he visto en mi vida, mientras se afanaba por cubrir con las antes recogidas mangas de su vestido, y debajo de los flecos y sobrantes del espeso chal con que se envolvía el gracioso busto, sus rollizos brazos, salpicados aún por leves costras, lo mismo que las manos pequeñuelas y rechonchas, de la masa de «pan de trigo» que acababan de «sobar»!
En medio de todo el lujo y esplendor de aquella regia mansión, ella surgía como una figura pálida y abandonada, con su tierno corazón juvenil destrozado por la pena de la muerte de su padre y por un terror que no se atrevía a declarar.
Ella, juvenil y ligera, parecía una flor de oro y nácar dentro de sus vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y un panamá de alas caídas, al que se arrollaba un velo azul.
Más adelante, al reparar en Amparo, se halló mejor en el pueblo. Si algo se burlaba de él la despabilada chiquilla, al fin era una muchacha, un rostro juvenil, una voz fresca y sonora.
Era un hombre de cuarenta años, enjuto de cuerpo, con el pelo y el bigote algo canosos, pero conservando un aspecto juvenil. Tenía al andar cierto aire marcial, como si aún vistiese uniforme, y se preocupaba de la elegancia de su indumento, á pesar de que vivía en el desierto.
Estaba yo, como el lector advertirá, en esa indiscreta edad juvenil en que, para aquilatar el mundo, los hombres y las cosas, se hace uso de términos de comparación nominativos. No puedo decirle, porque no asisto al teatro ni leo literatura frívola. Continúo.
Palabra del Dia
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