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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Llorar triste y suspirar sólo puedo; ay, Señor, no... tuya no debo ser yo, recházame de tu altar. Los votos que allí te hiciera fueron votos de dolor, arrancados al temor de un alma tierna y sincera. Cuando en el ara fatal eterna fe te juraba mi mente ¡ay Dios! se extasiaba en la imagen de un mortal.
Llegaron á la verja y tuvieron la suerte de encontrarse con una cuadrilla de penados que volvían del trabajo. El vigilante, muy ocupado en contar sus hombres, juraba como un carretero porque dos penados acababan de verter delante de la puerta un tonel de brea líquida que apestaba la atmósfera. ¡Ah! Los muy marranos... ¡Lo han hecho á propósito! aullaba el vigilante.
Y siempre se juraba no volver a mirar por aquella ventana; pero miraba, sin embargo, llena de susto y de tristeza ante el extraño cambio del paisaje conocidísimo. La proximidad de la ventana al gabinete del doctor la inquietaba mucho, como si presintiera en ella un riesgo cercano y misterioso. La soledad del doctor le inspiraba algo así como un sentimiento maternal.
Por las noches, después de la función, le llevaba á su casa, y allí le obligaba á sacudir el sueño y á meditar sus «papeles». Lafontaine se rebelaba, juraba á grandes voces que él no «podía sentir así», que su ademán era otro; quería marcharse... Pero Frédérick le dominaba con su experiencia y le imponía el grillete de su voluntad. Esto se dice así repetía, nada más que así.
Contribuía a conservarle en ella el que de vez en cuando Clementina, por arrancarse quizá momentáneamente a sus afanes y enojos, le escribía una cartita diciéndole: "Hoy a las cuatro", o bien: "Vé por la tarde a la Casa de Campo". Y en estas entrevistas, acometida de súbito capricho, recordando las primeras y gozosas etapas de su amor, se mostraba tierna y cariñosa, le juraba eterna fidelidad. ¡Oh, Dios! ¡qué infinita, qué celestial felicidad experimentaba el joven entomólogo oyendo tales juramentos de aquellos labios adorados!
Un Antonio Leme, habitante de Madera, corriendo con su barco un mal tiempo hacia Poniente, juraba haber divisado tres islas; otro vecino de Madera enviaba peticiones al rey de Portugal para que le diese una nave, con la que descubriría una isla que afirmaba haber visto todos los años en determinadas épocas.
Bajó el gobernador la vara, y, en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos.
Sólo con recordar la dulzura de San Agustín al reconciliarse en su cátedra con un amigo que asistió a oírle, del cual vivía separado, sentía Ana inefable ternura que le hacía amar al universo entero en aquel obispo. En el mismo instante juraba don Carlos que el cristianismo era una importación de la Bactriana.
Maltrana, anonadado por la cólera del personaje, intentó defenderse. No había hablado de la paternidad del libro: y era verdad. Tal vez sus enemigos se enterarían de que era él quien iba a la imprenta para corregir la obra; tal vez la indiscreción viniese de otro lado... pero él lo juraba: nada había dicho.
Uno juraba que la había oído gritar: ¿Por qué no te casas? ¡dí, canalla!... ¿Crees que te deshonras con eso? ¿No sabes que por ahí todo el mundo dice que eres un ladrón? ¿que tus iniciales significan ¡a ese!...? Seré una p... pero una p... ¿no vale tanto como un ladrón? Ciertos o no estos horrores, lo que constaba de un modo indudable era la resistencia de él y el afán de ella.
Palabra del Dia
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