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Actualizado: 2 de julio de 2025


Antagonismo de cabezas ligeras y corazones calientes, como fueron todos esos oficiales de la guerra de la Independencia, aristocráticos hasta la médula, desprendidos, generosos, con el sentimiento más que con la razón de la causa por que jugaban la vida, enardecidos por la lucha y siguiendo la bandera de su jefe con la ciega obstinación de un oficial de Wallenstein en la guerra de treinta años.

Escúchame le replicó Beatriz , ese horrible sentimiento que me prestas... lo he experimentado... lo he experimentado mientras jugaban sus vidas... mientras sus dos existencias estaban en peligro... y me ha perseguido... no me ha abandonado en mucho tiempo a pesar mío... Ahora... sin duda Dios no me ha dejado todavía completamente de su mano... porque ha permitido que haya podido vencer esa espantosa tentación... Ahora te juro que daría mi vida por salvar la de ese desdichado...

El sol de Junio alumbraba y quemaba en la plaza a unos cuantos niños medio desnudos que jugaban arrastrándose por el suelo. Andrés la atravesó lentamente, como quien marcha a la ventura, y fue a salir por el extremo opuesto de la aldea. Allí se abría una cañada que iba a la montaña, por donde bajaba un arroyo tributario del río de las Brañas.

Y aquí me tienen ustedes, tal como lo oyen, instalado en una mesa del bar-room de mi hotel, con un cocktail pro forma, por delante, estudiando, durante seis horas consecutivas, a los marineros que jugaban al billar y a los numerosos parroquianos del mostrador.

Los viejos jugaban al piqué; las viejas al boston, presididas por la Vizcondesa. El recaudador de contribuciones jugaba al billar con el alcalde, y Cecilia, agrupando en torno suyo a los jóvenes, propuso pasar el tiempo en juegos de prendas, lo que se aceptó con entusiasmo. Los juegos de prendas están aún de moda en las provincias, sobre todo en la de los Bajos Pirineos.

¿Quiérenme dar barato, ceñores? dijo Preciosa, que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas; que no naturaleza. A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes, y los unos y los otros acudieron a la reja por verla, que ya tenían noticia della, y dijeron: Entren, entren las gitanillas; que aquí les daremos barato.

Una niña de diez o doce años había dejado su rueca para tapar las piernas del enfermo con un trozo de alfombra vieja que le servía de manta. Dos o tres niños indiferentes a aquel espectáculo, jugaban sobre el umbral de la puerta a los rayos del sol poniente, con una alegría tan llena de franqueza y de despreocupación, que se me oprimió el corazón.

«¿En dónde está el Pitusopreguntó Jacinta a mitad del camino. Izquierdo miró al patio donde jugaban varios chicos, y no viéndole por ninguna parte, soltó un gruñido. Cerca del 17, en uno de los ángulos del corredor había un grupo de cinco o seis personas entre grandes y chicos, en el centro del cual estaba un niño como de diez años, ciego, sentado en una banqueta y tocando la guitarra.

Todos los años iba a América para visitar las joyerías de varios países, de las que era proveedor, y al mismo tiempo importaba en Europa pieles y plumas. Mostrábase preocupado desde que entró en el vapor con la busca de compañeros para una partida de bridge, y su tristeza era grande al ver que en el fumadero sólo jugaban al poker.

Pero los indios de México jugaban al palo tan bien como el inglés más rubio, o el canario de más espaldas; y no era sólo el defenderse con él lo que sabían, sino jugar con el palo a equilibrios, como los que hacen ahora los japoneses y los moros kabilas. Y ya van cinco pueblos que han hecho lo mismo que los indios: los de Nueva Zelandia, los ingleses, los canarios, los japoneses y los moros.

Palabra del Dia

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