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Actualizado: 28 de junio de 2025
Al oír este nombre Isidora palideció, y el corazón saltó en el pecho. Su espontaneidad quiso decir algo; pero se contuvo asustada de las indiscreciones que podría cometer. Después salió a relucir el tema más común en estos paseos de parejas. Hablaron de aspiraciones, del porvenir, de lo que cada cual esperaba ser. Miquis habló seriamente, sin dejar su expresión irónica, por ser la ironía, más que su expresión, su cara misma.
Amparo y el teniente, en un extremo del balcón, volviendo casi la espalda a la plaza y aislados del grupo juvenil que hablaba y reía junto a ellos, tenían el aspecto de verdaderos novios; él, serio, solemne, llevándose la mano al tercer botón de la guerrera, que es donde suponía estaba el corazón, mirando algunas veces al cielo, todo para dar más fuerza y sinceridad a lo que decía; y ella, con cierta sonrisilla irónica, negando con graciosos movimientos de cabeza y volviendo algunas veces la mirada para ver si el «posma» seguía allí.
El pobre tísico rompió a cantar, acompañando cada verso con un cloqueo final que estremecía su pecho y arrebolaba sus mejillas. Pero el Cantó se mostraba esta noche con más fuerzas que nunca: sus ojos tenían un brillo extraordinario. A los primeros versos, una carcajada general resonó en la cocina, celebrando la gracia irónica del rústico poeta. Febrer no había entendido gran cosa.
Elena empezó á reir, como si la regocijasen las palabras de Robledo y el tono de gravedad con que las había dicho. No tema usted. Una mujer que no ha nacido ayer y conoce el mundo, como yo lo conozco, no va á comprometerse y á hacer locuras por esos. Y abarcó en una mirada irónica á sus tres pretendientes, que seguían al lado del marqués.
Y sin embargo, nunca iba á olvidar su encuentro de un segundo con este soldado que pasaba y se perdía á lo lejos, sin mas tiempo que el necesario para dejar caer cuatro palabras. Despreció á las dos mujeres con su sonrisa irónica. Luego, á Castro, que seguía tremolando su sombrero, le señaló el fondo del vagón, gritándole: ¡Aún queda un sitio!... Y no dijo más. Dijo bastante, Miguel.
Escuchaba ya su voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y la primera que se presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura para recibir á una reina. La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso á su lado, acompañándole desde la verja al edificio. ¿Dónde estaba Castro?... En la biblioteca, con lord Lewis.
El barón belga, su rival el alemán y otros más que tenían bigotes, aparecían ahora con el labio superior recientemente afeitado, y esta novedad provocaba la ovación irónica de los amigos. Nélida sonreía, bajando los ojos con modestia.
Algunos diputados volvieron a sus asientos, mirando a los bancos más extremos de la izquierda, donde asomaba tras el rojo respaldo una gran cabeza blanca, en la que brillaban las gafas con luz semejante a la de una sonrisa dulcemente irónica. Púsose en pie el anciano. Era tan pequeño, tan débil de cuerpo, que aún parecía estar sentado.
¡Tomar dinero de una mujer!... ¡Nunca! dijo Castro, perdiendo su sonrisa irónica. Acabarás por tomarlo si andas entre mujeres, siendo pobre. Las de nuestra época no tienen otra preocupación que el dinero. Cuando su amante es un hombre rico, se lo piden aunque posean una gran fortuna. Creerían valer menos si no lo hiciesen. Y si les gusta un pobre, le fuerzan á que reciba sus dádivas.
Además, cosquilleaba fuertemente su vanidad la irónica situación que resultaba de ser él, con sus rotundas negaciones religiosas quien pasease ante la muchedumbre devota el Dios del catolicismo. Este espectáculo le hacía sonreír. Casi era un símbolo.
Palabra del Dia
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