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Actualizado: 19 de junio de 2025


¿No había vivido fuera de la ley? ¿No eran indignas sus relaciones con el Príncipe? ¿Qué valor se podía dar al compromiso que sostenía haber contraído secretamente consigo misma? ¿Se podía creer que hubiera sido sincera al contraerlo, o no habría tratado con su aserción de rescate a los ojos de los demás y a los suyos propios, después de haber medido la gravedad de su culpa? ¿Era increíble que se hubiera dado a otro hombre por ejercer el gratuito oficio de redentora? ¡Si por lo menos, sin la quimera de la redención, sin la fe en la duración de su pacto, hubiese amado a ese hombre con amor puro!

Mira que en público estamos, Y las mujeres discretas No hacen cosas indignas. DO

Entretanto, ¡Dios mío! mi voluntad se dirige todavía hacia Vos, sostenedme y haced que pueda daros todo lo que me resta... ¡Ay! ¡qué pobres e indignas de Vos son mis ofrendas! 25 de julio de 1818. Nos hallamos en la casa de mi buen cuñado el abate Lamartine, que se encuentra enfermo.

»Y ahora, ¿conservará usted todavía sus dudas? me dijo. »No tengo más que remordimientos le contesté, tendiéndole la mano; y confío en que desaparecerán, pasados algunos días. »En efecto, no tardé en abandonar mis indignas sospechas; no tardé en reconocer los sacrificios que Carlos se había impuesto, impulsado por su amor hacia .

Algunos biógrafos, entre ellos Armstrong, Stirling y Lefort, que llega hasta creer la anécdota, fundándose en que Felipe IV era muy miope, admiten que este retrato sea el que figura en la Galería Nacional de Londres: pero Beruete lo pone en duda, señalando deficiencias de dibujo y poca habilidad en la factura indignas del maestro.

Estas palabras ya y despues, son indignas de El que es.

¡Señor Cerojo, señor Cerojo! gritó el presidente sin poderse contener por más tiempo , esas palabras son indignas de este sitio y de esta concurrencia, y yo espero que usted las retirará espontáneamente. Yo no tengo nada que retirar más que a mi persona, que voy a retirarla de aquí ahora mismo.

La claridad de la luna a orillas del Sena, el sol dulce, los ensueños asomado a la ventana, los paseos bajo los árboles, el malestar o el bienestar causados por un rayo de sol o por una gota de lluvia, las asperezas del genio que me ocasionaba el aire un poco vivo y los buenos pensamientos que me inspiraba la ausencia de viento, todas esas blanduras de corazón, esa esclavitud del espíritu, esas sensaciones exorbitantes fueron examinadas y del examen resultó decretar que eran indignas de un hombre, y rompí todos aquellos hielos que me envolvían en un tejido de influencias y de fragilidades.

Muerta aquel mismo año de 1644 Isabel de Borbón, cuya inteligencia y nobles propósitos acaso hubieran logrado sobreponerse a la cachazuda e indolente condición de su marido, hizo este nuevo viaje acompañado del Príncipe Don Baltasar Carlos para que como a heredero del trono le jurasen las Cortes de Aragón y Valencia, y con ellos marchó Velázquez, sin que de esta expedición quede en libros y papeles noticia interesante a nuestro propósito: mas que como pintor, iría como sirviente; lo cual prueba una de dos cosas: que era tan poco dueño de , que no podía esquivar aquellas ocupaciones indignas de su genio, o que el Rey le estimaba tanto que no daba paso sin él.

Usted escribirá sin duda para gente soez y sin delicadeza, no para espíritus distinguidos. Yo creí que se me había llamado para oír cosas más cultas, más elegantes. ¡Oh! No comprendo yo así la novela. Ya veo el sesgo que va usted a dar a eso: terminará con burlas indignas, como ha empezado. ¡Ay! ¡Encanallar una cosa que empezaba tan bien!

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