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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Y resumía su indignación con un fiero golpe en el pecho, afirmando varias veces que era muy hombre. Tal vez en tierra me sea más fácil abrirme paso. Yo no soy cura a la moda, pero soy cura español, y esto algo debe valer entre gentes que son de nuestra sangre, hablan nuestra lengua y profesan el catolicismo porque España fue la primera en descubrir sus tierras.
El día de San Vicente supo Juanito hasta dónde llegaba la indignación del venerable don Eugenio. La fiesta del santo popular verificábase con el aparato de costumbre.
Y al teatro se iba y vagaba como una sombra espectral del escenario a las butacas y desde aquí a las galerías meditando el efecto que harían tales versos oídos desde lo alto y desde lo bajo, cómo resultarían los apóstrofes y los apartes. Pero hay que decir que aquellos malditos cómicos le llenaban de indignación y excitaban su bilis de un modo alarmante. No tomaban en serio el ensayo de la obra.
La indignación y la ira contrajeron mi hígado, que soltó una verdadera avenida de bilis, desbordándose en palabras. Estuve un rato bastante prolongado cogido a las rejas, mirándola con ojos llameantes en silencio. Al fin, con voz ronca de cólera, le dije: Lo que es usted una solemnísima coquetuela, indigna de fijar la atención de ningún hombre formal.
La sorpresa y... dígase de una vez, la indignación de aquellas buenas muchedumbres llegaron a su colmo cuando vieron que por el camino adelante venían dos carros cargados con enormes piezas de piedra blanca y fina. ¡Ah!
Entonces era de ver la indignación con que tíos y hermanos acogían lo del abandono. ¡Otra que Dios...! ¿Y aún se quejaba? ¿Pus si no le hubiesen abandonado sería él ahora comerciante con tienda abierta? Cuanto más, estaría guardando el ganado de algún rico. A la familia, pues, debía lo que era.
Pasó por entre los dependientes de la tienda y del Juzgado, atropellándolos con su débil cuerpo, que parecía fortalecido y vibrante por la indignación; y empujando con el pie una puerta entreabierta, salió de la tienda. A aquella hora, la plaza del Mercado estaba bañada por el ardiente sol de una tarde de verano.
Y fingiendo indignación, volvió el gitano la espalda al comprador como si diese por fracasado todo arreglo; paro al ver que Batiste se iba verdaderamente, desapareció su seriedad. Vamos, señor... ¿cuál es su gracia?... ¿Batiste? ¡Ah! Pues mire usted, señor Bautista: para que vea que le quiero y deseo que esa joya sea suya, voy á hacer lo que no haría por nadie. ¿Conviene en treinta y cinco duros?
Ya se ve; vos creéis que vuestro amante, el hombre con quien anoche anduvísteis de aventuras por esas calles de Dios, y á quien metísteis después en vuestro aposento... ¡Tío Manolillo! exclamó con indignación doña Clara. Sí, lo vi yo... como he visto otras muchas cosas, y porque he visto mucho, sé que el tal enamorado no es ni por pienso sobrino del cocinero mayor, sino hijo de duques.
Este sacrilegio excita universal indignación; el Rey quiere salir en persona para castigar al insolente criminal; pero el joven Garcilaso consigue la gracia de pelear con él en vez del Rey, y reviste, al efecto, sus armas invocando antes á la Virgen. En una escena intermedia se presentan la España y la Fama para ensalzar los nombres de Garcilaso y de Fernando.
Palabra del Dia
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