United States or Russia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Pues vengo á decirla á usted ... ¿usted no sabe lo que pasa? ¿Qué pasa? dijo Salomé, creyendo que se hundía el techo. No se asuste usted, señora, porque al fin y al cabo, sabiéndolo, se puede evitar que vuelva á suceder. ¡Por Dios, explíqueme usted, señora! dijo Paz, en el tono de la impaciencia y la superioridad.

El sol se hundia como una brasa fulgurante en las ondas de un horizonte infinito; la Alameda estaba poblada de paseantes y habia por do quiera una encantadora animacion. El escenario parecia una gran canasta de flores flotando entre los remolinos de un torrente.

Y quiso rezar como mil veces había oído a su pobre vieja. «Padre nuestro que estás...» Rezaba mentalmente, pero sin darse cuenta de ello, su lengua se movió y dijo con una voz tan ronca que le pareció de otro: ¡Cochinos! ¡ladrones! ¡Me abandonan! Se hundía otra vez: desapareció pugnando en vano por sostenerse.

Hacía montones con las monedas y hundía en ellos las manos; después las contaba y formaba pilas regulares; apretaba la redondez de su contorno entre el pulgar y los otros dedos, y pensaba con cariño en las guineas que todavía estaban ganadas a medias con el tejido, como si fueran criaturas que estuvieran por nacer; pensaba en las guineas que vendrían lentamente en los años futuros, que vendrían durante su existencia, cuyo curso se extendía muy lejos frente a él y cuyo fin estaba completamente velado por innumerables días de trabajo.

Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo, despeñaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ¡a...ijú! de triunfo.

Y los que ponían más empeño en negarla, eran los parásitos del personaje, los que vivían de sus cábalas; más de uno sintió calambres en el estómago. Vamos, que si Esteven se hundía, no había ya remisión posible para nadie: las horcas caudinas en la puerta de la Bolsa, y agachar la cerviz y sufrir el yugo.

Hundía la mirada en todos los palcos ocupados por mujeres; vistas desde abajo formaban una irritante exposición de bustos casi sin cuerpos y de brazos desnudos, cubiertos sólo en parte por los guantes. Examinaba las cabelleras, los ojos, las sonrisas y buscaba comparaciones persuasivas capaces de perjudicar el perfecto recuerdo de Magdalena.

Aquí llegaba el de la corte con sus meditaciones sin notar que el sol había apagado su último reflejo, y que, por ende, la noche había dejado su habitación envuelta en la más impenetrable obscuridad, cuando un ruido estrepitoso, sobre el techo de la alcoba, le hizo dar un salto en la silla y buscar en seguida, á tientas y acelerado, la puerta, pensando que se hundía el tejado solariego.

Se hundía, se hundía en un agujero negro, acompañado por la melodía tenue, que se iba adelgazando lo mismo que un hilo cada vez más tirante, hasta romperse y ser devorada por el silencio. De pronto volvió a la vida al sentir una mano en un hombro. Abrió los ojos, y vio al doctor Zurita de pie ante él, con un puro en la boca sonriéndole. Levántese, amigo y tome uno de hoja.

A unos cien pasos de la Villa Blanca, se elevaba, o más bien, se hundía, hasta tal punto parecía una topera, una construcción gris aplastada bajo un techo de bálago con una puerta baja y de medio punto y una estrecha ventana guarnecida de dos barrotes en cruz en la que con frecuencia danzaba una pálida luz a la sombra del crepúsculo.