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Rafael, que vas de frente. ¿No ves ninguna luz? Nada. El rojo reflejo de la antorcha chocaba en las enormes bolas de hojas que asomaban sobre el agua o se hundía en el espacio, ahogado por las húmedas y pesadas tinieblas. Así vagaron algunas horas por la campiña inundada. El barbero no podía más; había entregado los remos a Rafael, que también desfallecía de fatiga.

El agua seguía entrando y ya casi llenaba la bodega, viéndose que el buque se hundía como si fuera de plomo. Las olas le pasaban ya por encima y entraban hasta en la cámara de popa, donde Van-Stael, Cornelio y Hans tenían sus literas, y en el departamento de proa, destinado antes a la tripulación china.

Ya andaba errante entre un caos de piedras derrumbadas de una cuesta peñascosa, ya recorría al azar un bosque de abetos; otras veces subía á las crestas superiores para sentarme en una cima que dominaba el espacio; y también me hundía con frecuencia en un profundo y obscuro barranco, donde me podía creer sumergido en los abismos de la tierra.

Estas eran grandes, blancas, muy lindas al llegar, como arañas de cristal con ricas girándulas, y en las que los rayos del sol producían tan variados matices que brillaban cual si fuesen pedrerías. ¡Ay! ¡qué diferencia al cabo de dos días! Afortunadamente que la arena se hundía y las enterraba.

Muy vivificante debía ser este aire, pues nos repuso en nuestras antiguas figuras humanas. Ya no podíamos más de fatiga. Para mejor, a cada instante se hundía el piso bajo nuestras plantas... Caíamos bruscamente y surgíamos de nuevo, como si nuestro camino fuese cruzado por innumerables zanjas invisibles.

Y se apretaba con cierto terror contra el pecho de Rafael, hundía las manos en el cabello del joven, echaba atrás su cabeza para pasear su boca ávida por toda la cara, besándole en los ojos, en la frente, en la boca, mordiéndole la nariz y la barba suavemente, pero con una vehemencia cariñosa que arrancaba ligeros gritos a Rafael. ¡Loca! murmuraba sonriendo. ¡Que me haces daño!

Hasta entonces los ánimos no se habían ocupado más que de la defensa; mas cuando el fuego cesó, se pudo advertir el gran destrozo del casco, que, dando entrada al agua por sus mil averías, se hundía, amenazando sepultarnos a todos, vivos y muertos, en el fondo del mar.

Sólo Florentina quedó en la estancia. ¡Ah!, los revulsivos potentes, los excitantes nerviosos mordiendo el cuerpo desfallecido para irritar la vida, hicieron estremecer los músculos de la infeliz enferma; pero a pesar de esto se hundía más a cada instante. Es una crueldad dijo Teodoro con desesperación, arrojando la mostaza y los excitantes es una crueldad lo que estamos haciendo.

Pero, escuche dijo al ver que la tartana ya se hundía ; he querido reservarle una sorpresa; tengo la certeza de que ha muerto, porque yo mismo lo he derribado al suelo y lo he agarrotado. ¡! dijo Massareo con aire de incredulidad. ¡Yo! contestó Santiago con un impudor inconcebible.

Iba y venía sin darse cuenta de que se hundía hasta los tobillos en la nieve. No tenía conciencia de nada, a no ser de la agitación febril causada por su incertidumbre respecto a lo que pasaba en la choza y de la influencia que cada uno de los desenlaces tendría sobre su destino futuro. No; no estaba por completo sin conciencia de otra cosa más.