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En aquella época aun no había publicado Victor Hugo sus Miserables, y por consiguiente no había yo admirado la hermosa personificación de Monseñor Myriel, que tantas lágrimas de cariño ha hecho derramar después.

El se aprovechó de esto, menudeando sus visitas á la casa de la avenida Víctor Hugo, para descender por la escalera de servicio grandes paquetes que engrosaban las provisiones del estudio. Todas las alegrías de una buena ama de llaves las conoció al contemplar los tesoros guardados en su cocina: grandes latas de carne en conserva, pirámides de botes, sacos de legumbres secas.

¡Vuestro esposo!... exclamó con asombro el duque de Lerma. ; yo soy viuda de un capitán de mar de su majestad, señor. Contadme, contadme cómo fué eso. Cuando llegamos al puerto del Ferrol, don Hugo, que no se había tomado conmigo la menor libertad, á pesar de que yo estaba enteramente sometida á él, hizo venir de tierra unas sastras..

Hízolo así el buen hidalgo no sólo porque había muerto tu santa madre, sino porque Hugo de Clinton, su hijo mayor y único hermano tuyo, había dado ya pruebas de su carácter díscolo y violento, y hubiera sido absurdo dejarte encomendado á él.

Pero dejemos los demás fanatismos para ocuparnos del fanatismo amoroso, de ese sentimiento de exaltada firmeza, de perennidad indestructible, que nos lleva a entregar a otro corazón el reinado sobre el nuestro. ¿Cuándo se produce de modo integral, con las potencias todas de nuestro querer, con la embriaguez absoluta de nuestro espíritu, esta adoración, en que, usando la pompa verbal de Víctor Hugo, «el amor es la concentración de todo el universo en un solo ser y la dilatación de este solo ser hasta Dios»?

Entonces compuso sus comedias «Los dos ciegos» y «El bosque», que más tarde había de representarse en el teatro Odeón; y poco después, hallándose en Córcega, publicó un libro autobiográfico, esmaltado de graciosos paisajes de alma, que titulaba «El primer día del año de un vagabundo», y le valió de Víctor Hugo un billete de cien francos y una carta que empezaba así: «Su libro me ha recreado y conmovido.

Pero, ¡voto al diablo!, abrid de una vez repitió sacudiendo vigorosamente la puerta . ¿O es que queréis quedaros agazapados como las gaviotas en el hueco de una roca? Por fin abrieron. La bruja dijo al pirata: «Buen capitán, en verdad, No seré yo tan ingrata, Y tendréis vuestra beldadVÍCTOR HUGO, «Cromwell».

Había visto otras playas; veía otras montañas; tenía á mis pies un amante joven, hermoso, que me trataba con el mayor respeto. Mis vestidos eran ricos; sentía perlas en mi cuello, y cuando me miraba en el espejo, veía que mi cuello era más nacarado que las perlas. Y no me acordaba de mis padres. Amaba la vida en que entraba, y me moriría por don Hugo. ¡Le amábais! dijo el duque de Lerma.

Su mejor recreo era ir con su madre a sentarse en el campo y tomar croquis de los sitios pintorescos o bien abismarse en algún ensueño de Lamartine o de Hugo mientras que la indolente criolla dormitaba mecida por la armonía de los versos y acariciada por el ardiente beso del sol que le recordaba su país.

Aquello que tanto inquietaba á Roger á medida que iba conociendo el estado de los ánimos en la comarca de Hanson, hubiera sorprendido igualmente á cualquier otro viajero en todos los restantes condados del reino, desde el Canal hasta los riscos y las lagunas de Escocia. Los temores del doncel aumentaban á medida que se acercaba á la morada de Hugo, á la casa paterna.