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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Don Hugo había muerto en Flandes como bravo, peleando por el rey, pero había tenido tiempo para darme la última prueba de aquel extraño amor que había sentido por . En su testamento aparecía yo su heredera universal. Encontréme viuda, joven, hermosa y dos veces rica. Lloré mucho por don Hugo, pero todo pasa, todo muere y muere también y pasa el dolor.

¿Y qué inconveniente ha de haber? Le diré a usted interrumpió don Cándido, tiene dada ya una comedia de costumbres. Con perdón de usted se apresuró a decir Tomasito, cuando la hice no había leído a Víctor Hugo: ni tenía los conocimientos que tengo en el día... ¡Ay! ya. Pues mi hijo dio esa comedia, y verá usted lo que sucedió a mi entender.

Multiplicó los giros, agotó los eufemismos para describir la caida de espaldas y el tardío bautismo de salsa que recibió S. E. sobre la olímpica frente; elogió la agilidad con que recobró la posicion vertical, poniendo la cabeza donde antes estaban las piernas y viceversa; entonó un himno á la Providencia por haber velado solícita por tan sagrados huesos y el párrafo resultó tan delicado, que S. E. aparecía como un héroe y caía más alto, como dijo Victor Hugo.

Por otra parte, yo, que en realidad me llamaba Ana Pereira, me llamé doña Ana de Acuña, como ahora. ¿Y cómo pudo ser eso? dijo admirado el duque de Lerma. No lo , porque don Hugo no me lo dijo por escrito ni pudo decírmelo de presente. ¡Cómo! ¡Don Hugo y yo no nos volvimos á ver! ¡Y sois su viuda! Seguid escuchando.

Bueno es que un jóven sea literato; pero ¿de qué le servirá un brillante trozo de Walter Scott, ó de Víctor Hugo, cuando colocado al frente de un establecimiento sea preciso conocer los defectos de una máquina, las ventajas ó inconvenientes de un procedimiento, ó adivinar el secreto con que en los paises extranjeros se ha llegado á la perfeccion de un tinte?

A espuertas podría ganar el dinero, pero los versos le atraen más que los pleitos. Ulises entraba en su despacho con emoción. Sobre las filas de libros multicolores y dorados que cubrían las paredes veía unas cabezotas de yeso, con frentes de torre y ojos huecos que parecían contemplar la nada inmensa. El niño repetía sus nombres como un pedazo de santoral, desde Homero á Víctor Hugo.

La casta antigua le llamó mago, por ejemplo; el mago inglés se llama cañon, pólvora, buque, lord, renta, capital; pero de cualquier modo es la antigua casta, el mago persa ó el brahman indio. Esto caerá, como cayó aquello, reproduciendo las sublimes palabras de Víctor Hugo.

Tales son Bourget, Richepín, Taine, Renán, Littré, Claudio Bernard, Flaubert, Pablo de Saint-Víctor y Víctor Hugo. Aunque yo no he leído ni estudiado detenidamente todo cuanto dichos autores han escrito, conozco de ellos lo bastante para tributarles el más rendido homenaje de mi admiración, poniendo sobre todos a Renán como prosista, y a Víctor Hugo como poeta.

Las siguientes palabras de Víctor Hugo parecen escritas en la Pampa: «No podría combatir a pie; no hace sino una sola persona con su caballo. Vive a caballo; trata, compra y vende a caballo; bebe, come, duerme y sueña a caballoSalen, pues, los varones sin saber fijamente adónde.

Noté que nadie se reía de ; que nadie me miraba, que todos, cuando pasaba junto á ellos el capitán, que me llevaba de la mano, se descubrían. Era él el capitán de la galera, y además muy rico y muy principal. Por eso me respetaban todos. Y yo iba mal vestida, despeinada, descalza. Y, sin embargo, don Hugo de Alvarado, que así se llamaba mi esposo...

Palabra del Dia

hociquea

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