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Dentro del período que abarca la vida de Víctor Hugo conviene no olvidar que en las naciones cultas de Europa, en alguna de América y en la misma Francia, el autor de los Cantos del crepúsculo ha tenido rivales que, si por la fecundidad no le vencen, tal vez por la calidad y excelencia, pureza y perfección de determinado número de obras, se le anteponen y le eclipsan.

Siéntese me dijo la anciana señorita, tomando un lugar en el canapé; siéntese, primo, pues aunque en realidad no seamos parientes, ni podamos serlo, pues que Juana de Porhoet y Hugo de Champcey cometieron, sea dicho entre nosotros, la tontería de no tener un vástago, me será agradable, si me lo permite usted, tratarle de primo, en la conversación particular, á fin de engañar por un instante el sentimiento doloroso de mi soledad en este mundo.

Sea la tercera condición, que en la escena no salgan de tres personas arriba, y si saliere la cuarta, esté muda... La quinta, que toda la acción se finja ser hecha dentro de tres días... Hugo dijo aquí: Pues el filósofo no da más que un día de término á la tragedia.

Fue cediendo la puerta lentamente, como si estas palabras fuesen de un poder mágico. La presión exterior, cada vez más enérgica, la ayudó a girar sobre sus goznes, arrollando las últimas resistencias de Mina. Y luego de quedar abierta se cerró de golpe, dejando en absoluta soledad la penumbra del corredor. ¡Pobre Wagner!... ¡Pobre Víctor Hugo!...

¡Por piedad, no me abandonéis! exclamó temblando la llorosa doncella. No lo temáis, le dijo Roger resueltamente. Y vos, Hugo de Clinton, no debiérais olvidar, pues noble sois, que nobleza obliga. Deponed vuestro furor y dejad partir en paz á esta dama, como os lo pide encarecidamente, no un villano, sino un hombre tan bien nacido como vos. ¡Mientes!

Acabada la ceremonia, el amigo de don Hugo y los testigos se retiraron, y yo, triste y temerosa por aquellas bodas que se habían hecho junto á una moribunda, me quedé velando su agonía. Al amanecer murió. Aquel día un escribano vino á abrir el testamento. La buena doña María había dejado todos sus bienes, que eran muchos, á la esposa de su sobrino. Yo era ya rica.

Soy una mujer perdida, y no comprendo cómo vos, señor, podéis haberos enamorado de , como no he podido comprender nunca por qué de se enamoró don Hugo. Tenéis una hermosura maravillosa, doña Ana. Gracias, muchas gracias, señor, pero escuchadme todavía, que aún no he concluído. Os escucho.

Pero Hugo rechazó con una blasfemia la mano que le tendía Roger y en su rostro se dibujó una expresión de odio. ¿Es decir que eres el lobezno de Belmonte? Debí figurármelo y reconocer en al novicio hipócrita que no se atreve á contestar á la injuria con la injuria, sino con melosas palabras.

Y toda la familia, considerando modesto y burgués el piso de la avenida Víctor Hugo para guardar esta joya, había acordado depositarla en el castillo, respetada, inútil y solemne como una pieza de museo... ¿Y esto se lo podían llevar los enemigos si llegaban en su avance hasta el Marne, así como las demás riquezas reunidas con tanta paciencia?... ¡Ah, no!

Los primeros eran franceses, monjes del famoso monasterio de Cluny, enviados por el abad Hugo al convento de Sahagún, y que comenzaban a usar el Don como señal de señorío. A la piadosa tolerancia de los anteriores obispos, acostumbrados al trato con árabes y judíos en la amplia libertad del culto mozárabe, sucedía la feroz intransigencia del cristiano conquistador.