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Actualizado: 16 de mayo de 2025
No sé por qué, esos valses fascinadores, de cumplidas y ondulantes frases, que parecen dibujadas en el éter por la batuta mágica del maestro, me produjeron una profunda melancolía, trayéndome al recuerdo unos versos en que Hugo contempla, a través de los cristales empañados por el frío de la noche, el cuerpo de su amada enlazado por el brazo de un rival feliz. ¡Pero qué variado espectáculo!
Era el viejo Corneille, padre de los heroicos, o el dulce Racine, poeta de las ternuras, o Hugo con su «Leyenda de los Siglos» o Lamartine con sus «Armonías», cantores alados que transportaban el alma del niño a las puras regiones del Ideal.
Conocía bien la historia de la revolución francesa, especialmente la de los Girondinos; estaba versado en Economía política, había leído la Profesión de fe del siglo XIX de Pelletan, algunos versos de Víctor Hugo y tres volúmenes de la Historia Universal de César Cantu.
Para conseguirlo comisionó el príncipe al capitán Hugo Calverley, quien al frente de su compañía entró rápidamente en Navarra y pegó fuego á Puente la Reina y Miranda. Aquel reto bastó para que el rey Carlos desistiese de toda oposición al paso del fuerte ejército invasor por territorio navarro.
Y cuanto en ellas puede censurarse nace de la escuela que sigue y del empeño de superar y de extremar sus rarezas, tanto en el sentir y en el pensar, como en el estilo o modo de expresarse. Lo colosal y enorme de las imágenes delata el prurito de aturdir y de sorprender, y produce, hasta en los más eminentes poetas, hasta en el mismo Víctor Hugo, un amaneramiento barroco.
Una de las curiosidades mas renombradas de Francfort ha sido la calle de los Judíos, que Víctor Hugo y otros observadores han descrito con mucha energía. Hoy esa calle ha perdido mucho de su carácter particular, á virtud de demoliciones y reconstrucciones importantes, y los habitantes de ese triste barrio tienen una posicion bien distinta de la que en otro tiempo los hizo interesantes.
Disto mucho más que de los encomios exagerados de Víctor Hugo y Emerson, del desdén y de las burlas de Voltaire y su imitador Moratin. Confieso que el análisis que hace Voltaire del Hamlet me ha arrancado varias veces lágrimas de risa: mas no por eso he dado nunca la razón a Voltaire. Ya sé que lo sublime lo bello, lo grande es lo que se presta a la parodia.
Ha sido mi hijo gravemente herido en desafío con el coronel Hugo; ¡tiemblo tanto por su alma como por su vida! yo no sé quién tendrá razón de entre los dos, pero a los ojos de Dios ambos son culpables; procuraré que Alfonso se arrepienta de la falta cometida; la vida sólo Dios puede quitarla y, es un pecado gravísimo el que los hombres cometen cuando atentan a ella.
Supongo dije por último, dirigiéndome a mi Tomasito, que usted no querrá abarcar honra y provecho: esas estupendas rarezas que por acá nos vienen contando los viajeros de los Walter Scott, los Casimir Delavigne, los Lamartine, los Scribe y los Víctor Hugo, de los cuales el que menos tiene, amén de su correspondiente gloria, su palacio donde se da la vida de un príncipe, son cosas de por allá y extravagancias que sólo suceden en Francia y en Inglaterra; verdad es que no tenemos tampoco hombres de aquel temple, pero si los hubiere sucedería probablemente lo mismo.
Aquellos elogios brutales, que más parecían dichos en son de menosprecio, despertaron en mí profunda indignación, y dije, sonriendo rabiosamente: Le falta a usted lo mejor. ¿Qué? Que tiene cien mil duros de dote. El sarcasmo no le hizo efecto alguno. ¡Ezo e! Y, además, se encuentra uno con el inconveniente de los cien mil duros. ¡Diga usté ahora que este zeñó no es má zabio que Víctor Hugo!
Palabra del Dia
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