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Actualizado: 5 de junio de 2025
La campaña, pues, había dejado de pertenecer a Rosas, y su poder, faltándole aquella base y la de la opinión pública, había ido a apoyarse en una horda de asesinos disciplinados y en un ejército de línea. Rosas, más perspicaz que los unitarios, se había apoderado del arma que ellos gratuitamente abandonaban: la infantería y el cañón.
Otros vendrían detrás, que esparcirían la simiente germinadora en los surcos fecundados por su sangre. ¡De pie y en marcha la horda de la miseria, sin más Dios que la rebelión, iluminando su camino la estrella roja, el eterno diablo de las religiones, guía insustituible de todos los grandes movimientos de la humanidad!... El grupo de braceros escuchaba en silencio al revolucionario.
Era un rincón apacible y silencioso, cargado en primavera de flores y trinos, que no conocían los habitantes de Madrid; un oculto paraíso, un trozo de poesía para la horda traperil acampada en el cerro inmediato. Maltrana gustaba de la tranquilidad del Caño Dorado.
Pero no faltará quien diga: ¿á qué tantas ceremonias y escrúpulos con esos hombres aturdidos y desleales, que hablan al mundo de nuestro país, como si hablasen de una horda de la Nueva Zelanda?
Todos estaban atentos á la voz de mando, esperando que llegara el instante para caer sobre la horda de racistas y exterminarla con el filo de sus machetes. El capitán Perdomo á cuyo lado estaba el valeroso oficial Ovidio Ortega, estaba frío, impasible, siguiendo con la vista todos los movimientos que el enemigo hacía.
Ya le parecía que por ventanas y puertas entraba una horda de facinerosos armados de puñales, pistolas, cuerdas y otros instrumentos horribles. Cierra bien. Apaga esa luz. ¿Si se irán á entrar por esa ventana? dijo señalando un tragaluz por donde el gato, que tanto respeto inspiraba al señor de Batilo, entraba con dificultad. Aquel tragaluz daba á un patio perteneciente á la misma casa.
Unas eran de techo bajo; otras tenían en el primer piso una galería de madera, con escalerillas de tablones carcomidos, que crujían a la más leve presión como si fuesen a romperse. Maltrana no tardó en conocer la heterogénea población de las Cambroneras. Formaban un mundo aparte, una sociedad independiente dentro de la horda de miseria acampada en torno de Madrid.
Y luego de toser y llevarse la mano a la garganta, fijos los ojos en la imagen, rompía a cantar con una voz sorda que sólo él podía oír, pues se perdía con la confusa baraúnda de músicas, gritos, trompetas y aclamaciones. Una invasión de locura conmovía la estrecha calle, como si acabase de asaltarla una horda ebria. Cantaban a la vez cien voces, cada una con distinto ritmo y entonación.
¿Qué le importaba ya la suerte de los infelices, el destino de la horda miserable y los tremendos conflictos que pudieran desarrollarse en lo futuro?... A vivir: toda su vida la tenía en sus brazos. El calor de este cuerpecillo le infundía una resolución egoísta y brutal. Al coger a su hijo sentíase fuerte. Era como un arma que le daba confianza y valor para seguir su marcha.
Corrí a la gradería de bambú que daba al patio. Rompí la valla, y penetré en la cuadra. Mi caballo, preso en las tinieblas relinchaba, tirando furiosamente del cabestro. Salté sobre él, sujetándole por las crines. En este momento, por el postigo de la cocina que había saltado en astillas, penetró una horda armada de linternas, lanzas, clamando delirante.
Palabra del Dia
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