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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
Este y la Iglesia se ayudaban mutuamente, los gobiernos, persiguiendo a los herejes y obligándolos a someterse al clero, y el clero imponiendo la obediencia al rey como un deber religioso".
A él lo que le interesa es que le crean las mentiras y al final le larguen la peseta; le importa poco que esos herejes se vayan a su tierra propalando que en la catedral de Toledo, en la Iglesia Primada de las Españas, los empleados son toreros y ayudan a las ceremonias del culto entre corrida y corrida.
Además era rojo, como Luzbel y Judas, el color de todos los enemigos de Dios, y su cara inflamada, de ogro en plena digestión, le hacía recordar las de los malos espíritus que gesticulaban horrorosos en las láminas de su devocionario. ¡Y tener que tratar herejes de esta clase, que se burlaban de un país cristiano porque aún conserva puros e intactos los recuerdos de tiempos más felices! ¡Verse obligada a sonreírle, porque era el mejor cliente de la casa!...
Se ve entonces que el rigor y la crueldad, desplegada por los españoles contra las religiones distintas de la suya, eran sólo efecto de falsas ideas, con arreglo á las cuales era hasta un deber ahogar los sentimientos naturales cuando se trataba de los herejes, y que su fanatismo, deplorable hasta lo sumo y causa de tales extravíos, no excluyó, por otra parte, las emociones más nobles y delicadas, ni la caridad y filantropía.
El exorcismo, que había hecho víctimas a millares de millares, quemando herejes, embrujados y endemoniados, histéricos, locos y sabios, no pudo sostenerse ante la inteligencia humana llegada a más, y cayó el primero, definitivamente, en la aurora del siglo XIX.
¡Herejes, bandidos! proseguía mirándome con un aire terrible, como si yo hubiese pertenecido a la especie en cuestión. ¡Hum! hacía el cura. ¡No piensan más que en gozar y en comer! continuaba mi tía, que se acordaba de la miseria que le había legado su marido. ¡Agentes del diablo! ¡Hum, hum! proseguía el cura, moviendo la cabeza.
En otros tiempos le hubiera defendido con la espada, peleando contra los herejes; ahora soy su sacerdote, y por él batallo cada vez que veo la impiedad de los tiempos cercenar algo de su gloria. El Señor me perdonará, recibiéndome en su seno. Tú que eres tan buena, Tomasa, y tienes alma de ángel bajo tu corteza ruda, ¿no lo crees así...?
Y con esto, comidos de piojos y huéspedas, nos volvemos en este pelo a rogar a los moros y herejes con nuestros cuerpos. A esto le dije yo que advirtiese que en la Corte había de todo, y que estimaban mucho a cualquier hombre de suerte.
Llevaba la cota de malla bajo la capa, como buen arzobispo de Toledo, y a falta de moros quiso matar herejes.
En los tiempos del prudente y piadosísimo Felipe II, no hubo auto de fe que achicharrara maldecidos y perniciosos herejes a que no asistiera cerca del monarca un Tumbaga. Y mientras Felipe III ocupó el trono, para mayor gloria de nuestro nombre y terror de nuestros enemigos, otro Tumbaga ilustró su apellido sirviendo los amorosos caprichos de Uceda, que era entonces como servir al Rey mismo.
Palabra del Dia
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