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Actualizado: 25 de julio de 2025


Este empeño no podía ser más natural ni más propio de las mujeres. ¿Cuántas de ellas no han soñado con traer o han traído, ya herejes o paganos al gremio de la cristiandad, ya desaforados criminales a una vida penitente, y ya a la templanza, a la paz y a las costumbres morigeradas a hombres crapulosos, jugadores y pendencieros? La tentación de Rafaela era difícil de vencer.

La cena, hecha con prisas al volver de la iglesia, unas veces era mala, otras peor y, si Pepe, a causa del trabajo de la imprenta, no venía temprano, doña Manuela, Leocadia y Tirso, en vez de acostar al pobre viejo, se ponían a rezar el Rosario y la Letanía con alguna oración de añadidura, como preces por los herejes o acciones de desagravios; con todo lo cual quedábase don José preso en la butaca junto a las vidrieras del balcón, mirando pasar gente, viendo encender faroles y aumentar las sombras, sin oír palabra que le distrajese ni frase que le consolara.

Pero, ¡ay! esas infantas eran generalmente herejes... Y al defecto de la herejía innata, cuyo dejo subsiste aún después de la conversión, era casi preferible el defecto del modernismo parisiense, del modernismo Revolución Francesa!

En todo caso, una preciosa hereje dijo, y hasta podría deciros, ¡dos divinas herejes! Son dignas de verse las dos hermanas a caballo, en el Bosque, con dos pequeños grooms, de este alto, por detrás. Vamos, Pablo, cuéntanos ahora, lo que sepas... ese baile de que hablabas... ¿Cómo fuiste a casa de las americanas? ¡Por una gran casualidad! Mi tía Valentina se quedaba en su casa aquella noche.

A los soldados romanos que salen allí en las procesiones de Semana Santa les pusieron en el pecho cruces de terciopelo carmesí y los convirtieron de perseguidores de Cristo en perseguidores de herejes de los que los amigos del santo habían metido en costura.

Se dejó caer en una silla y comenzó a sollozar; pero levantándose súbito, prosiguió, dando patadas de rabia en el suelo, agitando frente a la puerta los puños cerrados, con una voz concentrada y áspera que daba miedo: ¡Pillos! ¡Infames! ¡Herejes! ¿Creéis que os ha de salir bien la cuenta?

Insisto en que mi hermana y mi madre no sean herejes. ¿Y en que nuestro padre se muera a fuerza de disgustos y por falta de cuidados? A quien como él hace tan poco caso de la salvación del alma, debe importarle poco la vida. ¡Basta! No blasfemes. Se acabaron las contemplaciones. Elige, y responde categóricamente. ¿Nos dejas en paz o te marchas? ¿ o no?

Su gravedad taciturna, su pensamiento tardo y penetrante, no eran españoles: eran flamencos. La impasibilidad con que recibía los reveses que arruinaban a la nación era la de un extraño que no estaba ligado por ningún afecto a esta tierra. «Mejor quiero reinar sobre cadáveres que sobre herejes», decía.

Mientras cantaban las fuentes en Versalles entre ninfas de mármol, y los caballeros de Luis XIV mariposeaban, con sus trajes multicolores, impúdicos como paganos, en torno de las bellezas pródigas de sus cuerpos, la corte de España, vestida de negro, con el rosario al cinto, asistía al quemadero y se ceñía la cinta verde del Santo Oficio, honrándose con el cargo de alguacil de los achicharradores de herejes.

Se hacía lenguas de sus viajes y convocaba a toda la gente del claustro alto para que oyera a aquel hombre que iba de una parte a otro del mundo como si fuese su propia casa. En sus preguntas embrollaba dolorosamente la geografía; no reconociendo en ella más que una división: países de herejes y de cristianos.

Palabra del Dia

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