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Actualizado: 15 de julio de 2025


Vió damas vestidas de soirée, señores puestos de smoking, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo, que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo la digestión en los profundos sillones, mirándose sin decir nada ó hablando en voz baja, lo mismo que en una iglesia, hasta que la rinde el sueño.

Las alemanas, con trajes vistosos y disparatados, se besaban al encontrarse, hablando á gritos. La lengua germánica, confundida con el catalán y el castellano, parecía pertenecer al país.

Vea usted qué bonito papel hemos hecho. ¡Y yo que respondí...! En mi vida me ha pasado otra. La tuve a usted por extraviada, no por corrompida, y ahora veo que es usted lo que se llama un monstruo. Dio entonces un paso más, cerrando un poco la puerta, y tentó la pared por si hallaba silla o banco en qué sentarse. «Hablando en plata, usted no quiere a mi hermano... Ábrete, conciencia».

Soy alegre, por oficio, cuando no estoy sola; tengo cosas, como dice la gente, porque a falta de consideración algo hay que tener en la vida para no morirse de tristeza. Conque, oiga Vd., y júzgueme como quiera. Se puso muy seria y hablando con una mezcla de lealtad y desvergüenza que daba pena, siguió diciendo: No he conocido a mi madre.

Hablando él y yo escuchando, las horas nocturnas, de negra clámide, se habían ido alejando armoniosamente; las horas matutinales danzaban ya en los umbrales del día, y un revuelo de sus túnicas color violeta penetraba por la hendedura de nuestros balcones; la aurora, con dedos de rosa, golpeaba silenciosamente en el vidrio de nuestras pupilas.

Apenas acabó de decir esto Sancho, cuando, levantándose en pie la argentada ninfa que junto al espíritu de Merlín venía, quitándose el sutil velo del rostro, le descubrió tal, que a todos pareció mas que demasiadamente hermoso, y, con un desenfado varonil y con una voz no muy adamada, hablando derechamente con Sancho Panza, dijo: ¡Oh malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas!

Veía aún con la imaginación á su gentil chilena envuelta en un manto negro, lo mismo que las damas del teatro calderoniano, mostrando uno solo de sus ojos obscuros y húmedos, pálida, menuda, hablando con una voz que parecía un quejido.

Esto llegó al corazón del indiano, que expresó su contento con un silbido especial, dándose al mismo tiempo fuertes palmadas en las rodillas. Voy a llamarla para darle la noticia... No andará muy lejos la muy pícara... De seguro que ya sabe lo que estamos hablando... ¡Las coge al vuelo!

Este es la conciencia, que despues de objetivada, y habiendo sufrido el análisis del concepto que ofrece, nos presenta la idea de existencia como contenido en ella. Se infiere de esto, que el luego existo, no es rigurosamente hablando una consecuencia del «yo piensosino la intuicion de la idea de existencia en la de pensamiento.

Pues ya verá V., caballero lo que sucedió dijo el hombre, siguiendo su historia mientras caminábamos hacia el cadalso. Me mandó a llamar muy tempranito, y yo me planté en la cárcel por el aire. Antes de entrar a verle, me obligaron a quitarme la ropa. Los grandísimos puercos tenían miedo que le trajese algún veneno. Querían a toda costa verle en el palo. Para registrarme me pusieron en cueros vivos y me trataron como a un perro... ¡Mala centella los mate a todos!... Pero, después de muchos arrodeos, no tuvieron más remedio que dejarme entrar... «¡Hola! ¿Estás ahí, Miguelillo? me dijo en cuanto me vio. Acércate y agarra una silla. Tenía ganas de verte antes de tomar el tole pa el otro barrio». Estaba fumando un cigarro de los de la Habana y tenía algunas copas delante. Había tres o cuatro personas con él, entre ellas el cura. «Acércate, hombre, y bebe una copa a tu salud, porque a la mía es como si no la bebieses. Aquí todos han trincado esta mañana, menos el pater, que se empeña en no probar la gracia de Dios». Bebí la copa que me echó, y hablamos un ratito de nuestras cosas. Yo no me cansaba de mirarle. Estaba tan sereno como V. y yo, caballero. Paecía que era a otro a quien iban a dar mulé. «¿Verdad que no estoy apurao, Miguelillo?... Eso hubieran querido los mamones de la cárcel, pero no les he dao por el gusto... ¡Anda, que se lo la perra de su madre!... Aquí el pater también me predica, pero es muy hombre de bien, y por ser muy hombre de bien le he servido en todo lo que hasta ahora ha mandao». Y era verdad, porque había confesao y comulgao sólo por el aprecio que le tenía. Cuando estábamos hablando entró un hombre pequeño, trabao y con las patas torcidas, y acercándose a la mesa le preguntó: «Oye, Francisco, ¿me conoces

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