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Actualizado: 29 de julio de 2025
Tenía la tía Zarandaja sus motivos para que la importase en gran manera por doña Guiomar y por Cervantes lo que el señor Viváis-mil-años la dijese, porque el rapista y ella habían hablado mucho de un cierto señor que andaba sin seso y casi convertido en alma en pena por la hermosísima viuda.
Ramiro experimentó profunda conmoción. Acababa de reconocer al misterioso personaje del arrabal de Santiago, al abnegado morisco que le había salvado la vida, dejándole después, como recuerdo, la valiosa daga sarracena. Sí, yo te engendré en la altiva doña Guiomar prosiguió el anciano y tu agüelo prefirió casalla en seguida con el viejo don Lope, en odio a mi raza y a mi creencia.
Aquél era el término de todos nuestros afanes. Allí estaba, en el escurrimiento de aquel ser, esa lección, ese consejo, siempre ambiguo, que incita a la vez al goce y a la penitencia. Cuando todo se hubo serenado y el solar cayó de nuevo en su muda monotonía, doña Guiomar llamó a solas a su hijo y le declaró, en breves palabras, el estado en que don Íñigo les dejaba el antiguo patrimonio.
¡Ay! dijo a esto Preciosa , señor mío, que ni es gitano ni ladrón, puesto que es matador. Pero fuélo del que le quitó la honra, y no pudo hacer menos de mostrar quién era, y matarle. ¿Cómo que no es gitano, hija mía? dijo doña Guiomar.
Si por ventura el alma que decís es el alma mía, ved que os engañáis, que yo no os la doy, ni mi alma puede irse a vos sin que yo lo quiera. A todo esto, doña Guiomar se había separado a una buena distancia del familiar, y parecía como que éste empezaba a volver en sí, y a arrepentirse de haberse dejado ir de aquella manera por los para él desconocidos espacios del amor.
¡Válgate Dios por sueño, Florela! exclamó doña Guiomar toda encendida y confusa, por las imaginaciones en que a causa de su sueño podía dar su criada; ¿y para qué había yo de haberte mandado que detrás de las cortinas te sentaras, sino para que fueras testimonio a ti misma de lo honesto de mi conversación con ese hidalgo?
De como hubiera hecho muy bien doña Guiomar en no acudir a la visita que le hizo el señor Ginés de Sepúlveda.
Con vuestro deseo, señora, contestó Florela, que a mí se ha pasado por la mucha lealtad y amor que os tengo. No entiendo yo ese pasamiento y trasiego del deseo de una mujer a otra, ni que por lealtad esto suceda, dijo doña Guiomar.
Alegrose de esto, en que no pudo menos de reparar, Cervantes; que él creía, y no sin razón, que por más que doña Guiomar hubiese dado muestras, enviando primero a Florela en busca suya, y lanzándose después, sin algún miramiento, en un lugar tan indigno de ella como el bodegón de la tía Zarandaja, del encendido amor que le tenía, que este amor era de dificilísimo logro; que podía ser muy bien que, estando aun en los principios de aquel amor, por grande que él fuese, de los principios no pasase; antes bien, con la reflexión se amenguase y desapareciese; sobre todo, que cuando en mucho se aprecia una cosa, viene a parecer imposible, y tanto cuanto más imposible se la cree, tanto más empeño en ella se pone, y tanto más se estima aquello que puede ayudarnos al logro de la victoria; y que los celos de una parte, y la vanidad femenil de otra, son los mejores amigos de un enamorado para ayudarle a vencer su hermoso y anhelado imposible, sábelo todo el mundo; y sabíalo mejor que otros Cervantes, que en esto de conocer las cosas del mundo era graduado in utroque, como lo muestra claramente la gran perspicacia que acerca de la vida y de sus sentimientos ha patentizado en sus inmortales escritos: por lo mismo, y para estimular más los ansiosos celos de doña Guiomar, miró tiernamente, y como con codicia, a Margarita, puesto que por ella no sintiese otra cosa que una caritativa voluntad y una afición honesta, que podía muy bien compararse con el amor de un hermano; que muy reciente estaba la herida que en su pecho habían abierto las grandes perfecciones de la hermosa indiana, y harto encendido el volcán de sus amorosas ansias por ella, para que otra mujer, siquiera fuese un trasunto de belleza, pudiese curarla ni apagarle.
Pero no pudo durar mucho en esta creencia, porque habiendo mandado a Florela fuese a registrar de nuevo el aposento, volvió con un papel en la mano, y dijo: Por la ventana descolgose sin duda, señora, que abierta la he hallado, y sobre la mesa este papel escrito que os traigo. Dame acá, dijo ansiosa doña Guiomar.
Palabra del Dia
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