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Actualizado: 29 de julio de 2025
No ha de ser aquí donde yo os oiga, dijo doña Guiomar, y donde a esa sinventura deje; que ya que vos decís, y yo quiero creerlo, que como hidalgo y cristiano la habéis amparado, ampararla quiero yo, que mejor podré hacerlo y más honestamente, dado que mujer soy y viuda.
Y de tal manera se había acongojado doña Guiomar, expresando, arrastrada por la fuerza increíble de su pasión, sus atropellados razonamientos, que no pudo decir ni una palabra más, porque la sobrevino una tal congoja, que la enmudeció. Y no sabía Cervantes qué decir, que ella lo sabía todo.
¿De manera, dijo con impaciencia doña Guiomar, dando con el breve pie sobre la estera, que vos no sabéis, ni aun sospecháis, quién sea el que su mucha mano ha interpuesto en favor del rapista, para con el Santo Oficio?
Al levantarse, cuando la gota se lo consentía, el anciano caminaba algunos instantes a lo largo de la cuadra. Guiomar y su hijo se acurrucaban junto al brasero. Oíase el tic-tac de un cuadrante. Nadie hablaba. No hubiera podido decirse, al pronto, si era una aversión recóndita o un dolor compartido lo que motivaba dicha reserva. Cada uno se informaba del otro por medio de la servidumbre.
Llegó, en fin, con la preciosa carga doña Guiomar a la presencia de su marido, y trasladándola de sus brazos a los del Corregidor, le dijo: Recebid, señor, a vuestra hija Costanza; que ésta es sin duda: no lo dudéis, señor, en ningún modo; que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto, y más, que a mí me lo está diciendo el alma desde él instante que mis ojos la vieron.
De como lo que no podía amparar Cervantes vino a ampararlo doña Guiomar.
Pensando en que esto podría suceder muy bien, sacaba en claro Cervantes, que él quedaría el único dolorido y el único desesperado; que al perder la esperanza de gozar a doña Guiomar, y cuanto para él doña Guiomar valía, había conocido cuánto la amaba, y cuán con exclusión de toda otra mujer.
Para Guiomar su aposento, inmediato al oratorio, tenía austeridades de celda, y cuando cruzaba las demás habitaciones, parecía visitar una casa extraña, dejando tras sí como flotante congoja.
Habeisme dicho, dijo doña Guiomar, en tanto que el señor Ginés de Sepúlveda otra vez se sentaba, quedando tan encogido como antes, que la libertad del rapista tan presto como ha sido, no ha podido ser sin que en ello haya habido mucha mano.
Así es la verdad dijo la gitana ; y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado. Abrióle con priesa el Corregidor, y leyó que decía: "Llamábase la niña doña Costanza de Azevedo y de Meneses; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre, don Fernando de Azevedo, caballero del hábito de Calatrava.
Palabra del Dia
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