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Actualizado: 2 de junio de 2025
Julio no paró mientes en los gritos de las damas ni en la desaparición de la bolsa, sino en la cartita que la criada, guiñando maliciosa, llevó al cuarto de la novia. Aquel acontecimiento había hecho reir a Julio a carcajadas por primera vez en varios años. Todo se desquició lúgubremente en la casa de Rucanto desde aquel punto y hora.
Ahora comprendo; sólo que como eres tan misterioso... insinuó Balmisa, guiñando maliciosamente un ojo a dos testigos mudos, uno el director de un diario republicano local, en donde colaboraba el sastre, y otro un tendero de pasamanería, que se reían disimuladamente de Belarmino .Has querido decir que la república es un desiderátum, la conciliación de los contrarios y el fiel de la balanza de Astrea.
Por la noche tales cosas espeluznan manifestó el marica de Sierra guiñando el ojo a los otros. Lo que hay que pensar ahora, Amalia, es lo que se va a hacer con esta niña. La dama se encogió de hombros con indiferencia. Phs... no sé... La dejaremos esta noche aquí. Mañana le buscaremos una nodriza que quiera tenerla en su casa... porque en ésta, a la verdad, es un trastorno.
Apareció Simón al oir la voz de su señor y en un instante se vió asido por los formidables brazos de Tristán, de los que pasó á los de Roger. No había vuelto de su sorpresa el buen Simón cuando se presentó en la puerta el barón de Morel, espada en mano y guiñando más que nunca sus ojillos, en busca de imaginario enemigo.
Y mientras le ofrecía lumbre, le preguntó guiñando un ojo: ¿Qué hay de política, amigo Maltrana? ¿Cuándo viene «la nuestra»? ¿Es verdad que el gobierno está al caer?... El llamado Maltrana hizo un gesto de indiferencia al mismo tiempo que encendía su cigarro. Era un joven de escasa estatura, pobremente vestido.
Mientras éste, después de haber roto el sobre, se acercaba a la puerta para leer mejor el telegrama, el Príncipe, guiñando sus ojuelos llenos de malicia, observaba disimuladamente el rostro del lector y trataba de descubrir en él si la noticia que el papel contenía iba a ejercer una buena o mala influencia sobre el importante asunto que tanto interesaba al pueblo.
Pensaba hacer lo que hacen los hombres que son hombres. En adelante, iría armado á todas horas mientras estuviese en Barcelona. ¡Ay del que tirase sobre él, si es que no le hería!... Y guiñando un ojo, mostró á su capitán lo que él llamaba «la herramienta». Al piloto le repugnaban las armas de fuego, juguetes locos y ruidosos, de problemático resultado.
Pueblo de su nacimiento Al sentar el pie en la calle, Amparo respiró anchamente. El sol, llegado al zenit, lo alegraba todo. En los umbrales de las puertas los gatos, acurrucados, presentaban el lomo al benéfico calorcillo, guiñando sus pupilas de tigre y roncando de gusto. Las gallinas iban y venían escarbando.
¡Yo! exclamó Fortunata, que casi perdió el miedo con el empuje de la verdad que quería salir . Yo... ¿ahora? ¿Está usted soñando? ¡Si hace un siglo que ni siquiera le he visto...! ¿De veras? preguntó la santa, guiñando los ojos.
El señor Neris vivía solo en el vasto castillo desierto arrastrando su pena por los lugares en que su hija había vivido y crecido ante su mirada paternal y donde a cada paso encontraba sus huellas, en la arena de los paseos por donde se paseaban juntos, corriendo ella delante de él con su aro o apoyada zalameramente en su brazo; en la verde alfombra de las praderas en que la niña retozaba cuando no era más que una pequeñuela, y donde, ya grandecita, cogía para él grandes ramos campestres que le llevaba llena de alegría; en la sala de estudio y en la mesa de trabajo cargada de libros y papeles, donde la traviesa niña se burlaba de los defectos de la institutriz, joven o vieja, guiñando el ojo al indulgente tío, cómplice de sus malicias.
Palabra del Dia
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