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Actualizado: 7 de julio de 2025


Abandonando súbito toda ironía, echando llamas por los ojos, se puso a gritar que no sabían lo que se decían, que parecía mentira que personas ilustradas, etc., etc.... Que estaba seguro de hallarse en lo cierto y que inmediatamente se buscase un diccionario. El caso es, Ramoncito dijo D. Julián rascándose la cabeza , que el que había en casa hace ya tiempo que ha desaparecido.

Creo dijo Genoveva, que lo que más ha contribuido a dar un aspecto ridículo a la solterona, es la inconsecuencia de algunas de ellas las recalcitrantes del celibato, como las llamas, que tienen la mala costumbre de gritar sus penas al primero que se presenta, y de ir de puerta en puerta pidiendo un marido. ¡De puerta en puerta! murmuré sorprendida... Pregunta a mamá interrumpió Genoveva.

El aldeano, al ver el cañón frente a , se asustó mucho y comenzó a gritar, extendiendo las manos hacia Andrés: ¡No tire usted, señorito! ¡no tire usted, señorito! El joven bajó el arma y le dejó marcharse. Cuando se volvió hacia Rosa, la encontró riendo por el terror del paisano. Sin embargo, no tardó en ponerse seria y en decirle gravemente: Ya lo acaba usted de oír, D. Andrés.

La procesión venía de la iglesia mayor donde se había dicho solemne misa y cantado un <i>Te Deum</i>. El pueblo no cesaba de gritar <i>¡Viva la nación!</i>, como pudiera gritar ¡viva el rey!, y un coro que se había colocado en cierto entarimado detrás de una esquina entonó el himno, muy laudable sin duda, pero muy malo como poesía y música; que decía: Del tiempo borrascoso que España está sufriendo va el horizonte viendo alguna claridad.

Después como si fuese acometida súbitamente por un rapto de locura se puso a gritar a la niñera: ¡Juana! ¡Juana...! ¡El niño! ¿Dónde está el niño? ¡Traerme el niño...! ¿Qué haces? ¿Qué quieres? preguntó a su vez sorprendido Aldama. ¡El niño! ¡El niño! seguía gritando Clara sin hacer caso.

Que vaya á contar á los de Villoria cómo tratamos á los que no quieren gritar «viva Lorío». Toribión sentía celos de aquel bravo mozo que osaba resistírsele. Además era primo de Nolo, á quien temía y aborrecía al mismo tiempo. Y en efecto, lo torgaron; esto es, le amarraron su propio palo por la espalda á los brazos con las correas de los zapatos.

Llegaron a gritar todos juntos, tan desaforadamente, que el divino Cervantes se creyó expiando algunos pecadillos en las profundidades del purgatorio... Sólo Sancho guardaba un pensativo silencio, sentado a los pies de la cama... Quiso decir algo a don Quijote, y no lo pudo, cubierta su palabra por la infernal algarabía...

Tuve que imponerme para que no acabara con el desdichado perceptor, que aun vapuleado de aquel modo, tenía la prudencia de no gritar, porque no se enterase la vecindad del escándalo, y con voz sofocada decía llorando: ¡Que me mata este caribe! ¡Favor, señor D. Gabriel, favor!

Y el soplado personaje, que se sentía dominado por aquellos seis diablillos en cuanto se relacionara con su empresa electoral, no tenía más remedio que parar su caballo cuando se le acercaban los animales, fijarse en ellos, y comenzar a gritar como un energúmeno: ¡Oh!... ¡Magníficos! ¡Qué gallardía! ¡Qué cuarto trasero! ¡Qué anchos! ¡Soberbia raza! ¿Son de usted, buen hombre? preguntaba por remate al conductor.

Al salir á la calle temblaba de emoción ante los soldados inválidos. Los convalecientes de aspecto enérgico, próximos á volver al frente, aún le inspiraban mayor lástima. Se acordó de un viaje á San Sebastián con su esposo, de una corrida de toros que le había hecho gritar de indignación y lástima, apiadada de la suerte de los pobres caballos.

Palabra del Dia

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