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Actualizado: 7 de julio de 2025
Estos hablaron: pero todo fué inútil: la gente empezó á retroceder, algunos á gritar, y hubo también quien quiso oponer resistencia á la tropa. Entre tanto el gentío que ocupaba la plaza permanecía inmóvil. ¿Quién era aquél que entre tanta gente se elevaba, y agitando las manos, profería voces que la muchedumbre aplaudía?
En esto se oyeron gritar blanda y prolongadamente los quicios indiscretos de la ventana, y María apareció tras de la reja, teniendo al punto cerca de sí a su enamorado amante.
Entonces la señora Hellinger se puso a gritar: Olga, querida hija mía, abre; somos nosotros, tu tío, tu tía, y tu viejo tío el doctor. Puedes abrir sin temor, querida mía. El doctor dio vuelta al botón; la puerta estaba cerrada. Quiso mirar por el agujero de la cerradura; estaba tapado. ¡Manda buscar al cerrajero, Adalberto! dijo.
Habrá que ir más despacio dijo Martín. Efectivamente, comenzaron a marchar más despacio, pero al cabo de un cuarto de hora se oyó a lo lejos como un galope de caballos. Martín se asomó a la ventana; indudablemente los perseguían. El ruido de las herraduras se iba acercando por momentos. ¡Alto! ¡Alto! se oyó gritar. Bautista azotó los caballos y el coche tomó una una carrera vertiginosa.
En el bosque era tan alta la yerba que Meñique no alcanzaba a ver, y se puso a gritar a voz en cuello: «¡Eh, gigante, gigante! ¿dónde anda el gigante? Aquí está Meñique, que viene a llevarse al gigante muerto o vivo». Y aquí estoy yo dijo el gigante, con un vocerrón que hizo encogerse a los árboles de miedo, aquí estoy yo, que vengo a tragarte de un bocado.
¡No necesito dar más explicaciones que ésta! dijo don Simón, empujándole hasta la escalera y cerrando en seguida la puerta. Arturo, al verse tratado así, rugió de ira; y no sabiendo qué partido tomar en momentos tan críticos, satisfízose, por de pronto, con arrimar la boca al ventanillo y gritar con todas sus fuerzas: ¡Estúpido!... ¡Tiembla por ti!
Diez minutos después, cuando llegaron jadeantes a lo alto de la roca, vieron, a mil quinientos metros por debajo de ellos, la columna enemiga, que se componía de unos tres mil hombres, luciendo amplios uniformes blancos, obscuros correajes, polainas de paño, los chacós muy anchos y los bigotes rojos; los oficiales, con gorras de plato, marchaban en el espacio que separaba unas compañías de otras, contoneándose a caballo, con la espada en la mano y volviéndose de vez en cuando, para gritar con voz aguda: Worwaerts!, worwaerts! .
Aquí fuéron mis grandes apuros; sudaba como un pollo; balbuceaba palabras interrumpidas, porque no podia hablar, y Dios sabe el esfuerzo que tuve que hacer sobre mi convulsion nerviosa, para no gritar pidiendo auxilio, como si me viera rodeado de asesinos ó de ladrones. ¡Qué sábia ha sido mi mujer! decia yo para mí. ¡Cuándo me veré en donde está ella! Mi mujer no quiso subir, y esperaba abajo.
Eso es bueno para los desgraciados... para cerrarles la boca cuando la miseria les hace gritar demasiado fuerte... Dios, los curas y los ricos, se entienden muy bien... Yo no quiero cura... no quiero... He jurado que ninguno se acercaría a mí... y quiero cumplir mi promesa... ¿A quién ha hecho usted tal promesa, pobre mujer? ¿A quién?...
En esto se oyeron muy cercanos los ladridos de un perrazo. La del alcalde, pensando que era el de su huerta, que venía a vengarla, comenzó a gritar: ¡Aquí, chucho, aquí!... ¡
Palabra del Dia
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