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Actualizado: 7 de julio de 2025
En aquel momento, con la rapidez del rayo, entró una figura derribando una silla y atropellando un criado y, en medio de la sorpresa general, se apoderó de la lámpara, corrió á la azotea y la arrojó al río. Todo pasó en un segundo: el comedor se quedó á oscuras. La lámpara ya había caido en el agua cuando los criados pudieron gritar: ¡Ladron, ladron! precipitándose tambien á la azotea.
El sonido se le escapaba, como si el mundo todo con su bulla y las palabras de los hombres se hubieran ido más lejos. Fortunata tenía que gritar para que él se enterase de lo que decía. A lo penoso de esta situación uníase lo que tiene de ridículo. Verdad que aún andaba al paso de costumbre; pero el cansancio era mayor que antes, y cuando subía escaleras, el aliento le faltaba.
Esto gritaba aquella mujer, y luego corria, y volvia á gritar, y corria nuevamente, y en todas partes se encontraba. No hay medio posible: ó es una santa, ó una loca. Paris se detiene, cobra fe, prepara la defensa, espera al salvaje conquistador. Atila no tomó la ciudad. Despues de Atila viene Meroveo, y pone á Paris estrecho sitio.
Y ella no podía gritar: «¡Es mi hijo!» Nada adelantaba con esta revelación escandalosa. Y siguió entregando sus paquetes regularmente, aunque no fuesen para Jorge. Servirían para saciar el hambre de otros.
La muchedumbre se abría para dejar paso a las bestias, pero muchos se abalanzaron al carruaje como si quisieran caer bajo sus ruedas. Agitábanse sombreros y bastones: un estremecimiento de entusiasmo corrió por el gentío; uno de esos contagios que agitan y enloquecen a las masas en ciertas horas, haciendo gritar a todos sin saber por qué: ¡Olé los hombres valientes!... ¡Viva España!
A veces ha necesitado gritar muy fuerte para ser oída en Europa, y sólo así, los americanos han largado la presa de que perentoriamente, con el derecho del león, se habían apoderado, saltando sobre el tratado Clayton-Bulwer mismo.
Aquí fué el gritar del pueblo; aquí el amohinarse el tío Alcalde; aquí el desmayarse Preciosa, y el turbarse Andrés de verla desmayada; aquí el acudir todos a las armas y dar tras el homicida.
No pudo gritar ni moverse. Al cabo se incorporó: sus labios murmuraron: «¡Jesús, asísteme!» Comprendió que era necesario morir y pidió al cielo que no le hiciese sufrir mucho tiempo. Se despidió con el pensamiento de sus padres, de sus hermanos, de sus amigas, de Nolo... Y un sollozo que se había ido formando poco á poco dentro de su pecho estalló al cabo como una nube cargada de agua.
De modo que, cuando me veía otra vez en mi vasta casa vacía, en la que podía silbar, jurar, gritar, echar pestes y maldiciones a mi gusto, y hacer Dios sabe cuántas cosas más, sin chocar ni incomodar a nadie, experimentaba un verdadero bienestar y me decía más de una vez: «¡A Dios gracias! ¡todavía soy libre!»
Hicieron ruidosa ovación a su capitana que empezó a recorrer las filas calentando a las que aún tenían recelo o no estaban dispuestas a gritar.
Palabra del Dia
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