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; donde se enamoran, donde enloquecen, como si no hubiera en el mundo más hombre que él, ni más mujer que ella; ¡oh! tembláis de cólera y de celos; yo también tiemblo de celos y de desesperación; mirad, mis ojos arrojan fuego, mi aliento silba, mi cabeza se pierde... porque la amo... la amo... y quiero... quiero venganza. Doña Clara no le escuchaba. Buscaba apresuradamente un objeto.

La muchedumbre se abría para dejar paso a las bestias, pero muchos se abalanzaron al carruaje como si quisieran caer bajo sus ruedas. Agitábanse sombreros y bastones: un estremecimiento de entusiasmo corrió por el gentío; uno de esos contagios que agitan y enloquecen a las masas en ciertas horas, haciendo gritar a todos sin saber por qué: ¡Olé los hombres valientes!... ¡Viva España!

Preséntase con ella á Circe; pero las zalamerías de la encantadora lo enloquecen de tal modo, que se abandona insensatamente á su pasión. A otra señal de la reina de la isla, seis cupidos aportan otras tantas barcas, tomando asiento en la primera la enamorada pareja, y en las demás se embarcan jugando las doncellas del séquito de Circe.

Y era que los enamorados ocultaban su amor como un pecado entre la umbría protectora, ingenuas obreritas un poco sentimentales, pomposas matronas que enloquecen con su gracia picante y su intensidad crepuscular que ponen tanto fuego en la aventura, porque temen que aquélla puede ser su despedida al amor , princesas de la Casualidad, juntamente con sus varios cortejos, ponían una nota encantadora en parajes como éste. ¡Los cafés solitarios y galantes!

Así es la verdad, caballero; mas parad mientes que las doncellas treintenas, como yo, han de esquivarse con más ansia que los arrapiezos de quince a veinte: materia feble e quebradiza e que vos enloquecen a vosotros los amadores. No así a este vuestro servidor, que donde no ve persona entera o correosa, no ve al de provecho; además que non nací para endotrinar fija de vecino.

Los caballos, hábiles para pisar terreno sólido, tienen que atravesar á veces masas de nieve blanda, movediza aún, y mientras uno se hunde hasta el pretal, otro se encabrita sobre la nieve amontonada. La tempestad que silba junto á sus orejas, los cristales de nieve que le entran en los ojos y en las narices y los ternos brutales de los cocheros, los irritan y casi los enloquecen.

Ella quería saberlo todo, no de aquella tranquila vida interior y regalada, al calor de la estufa, leyendo libros buenos, después de curiosear discretamente por entre las novedades francesas, y estudiar con empeño tanta riqueza artística como París encierra; sino la vida teatral y nerviosa, la vida de museo que en París generalmente se vive, siempre en pie, siempre cansado, siempre adolorido; la vida de las heroínas de teatro, de las gentes que se enseñan, damas que enloquecen, de los nababs que deslumbran con el pródigo empleo de su fortuna.

Señor Caffarelli le dijo el caballero joven; concibo que un hombre tal como usted sea admirado por los aficionados a la música... Pero ese cantante que no es más que... que un cantante... ese hermoso y encantador caballero por quien todas las señoras enloquecen, sin duda porque es de su sexo más que del nuestro...

El discernimiento sólo se alcanza con los años. Y aun es problemático, pues según un ironista francés «la mujer sólo se equivoca cuando reflexiona». La frase, aguda y ligera, no convencerá a ninguna de mis lectoras. Podríamos devolverla al ironista diciendo: «los hombres sólo aciertan cuando se enloquecen».

Viviremos juntos; de cuando en cuando oirás en mi cuarto alguna voz de mujer... ¡qué quieres!... Soy hombre... súfreme estos extravíos. Las mujeres me enloquecen, por eso he tenido el tino de no volverme loco por una sola: me he enloquecido por todas y no me he casado con ninguna; espero no caer en la tentación de hacerlo en los años que tengo.