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«¿Con quién habla ese hombre?». Acercó la Regenta el rostro a la raya de luz y vio a don Víctor sentado en su lecho; de medio cuerpo abajo le cubría la ropa de la cama, y la parte del torso que quedaba fuera abrigábala una chaqueta de franela roja; no usaba gorro de dormir don Víctor por una superstición respetable; él incapaz de sospechar de su Ana la falta más leve, huía de los gorros de noche por una preocupación literaria.

Con sus capotes adornados de condecoraciones, sus teatrales alquiceles, sus kepis y sus gorros africanos, esta muchedumbre heroica ofrecía sin embargo un aspecto lamentable. Muy pocos conservaban en ella la noble vertical, orgullo de la superioridad humana. Avanzaban encorvados, cojeando, arrastrándose, apoyados en un garrote ó en un brazo amigo.

Una salva de aplausos le sacó de su meditacion. El telon acababa de levantarse y el alegre coro de campesinos de Corneville se presentaba á sus ojos, vestidos con sus gorros de algodon y pesados zuecos de madera en los piés.

Parece que no hay tierra bastante para estos gorros colorados que se reproducen con facilidad maravillosa, y crecen como la plebe, duran como la ignorancia, y resisten fríos y soles como la pobreza.

Y allá la llevaron, con mucha impedimenta, eso , de pañales, y mantillas, y gorros y cuanto había que apetecer en tales casos, y un infolio de advertencias, prescripciones, avisos, encargos y hasta amenazas, sin contar el dinero que a puñados les metieron en el bolsillo a la nodriza y al zángano de su marido, que las había de acompañar en el viaje.

Las azucenas, con su túnica de blanco raso, erguíanse encogidas, medrosas, emocionadas, como muchachas que van a entrar en el mundo y estrenan su primer traje de baile; las camelias, de color de carne desnuda, hacían pensar en el tibio misterio del harén, en las sultanas de pechos descubiertos, voluptuosamente tendidas, mostrando lo más recóndito de la fina y rosada piel; los pensamientos, gnomos de los jardines, asomaban entre el follaje su barbuda carita burlona cubierta con la hueca boina de morado terciopelo; las violetas coqueteaban ocultándose para que las denunciase su olorcillo que parecía decir: «¡Estoy aquí!»; y la democrática masa de flores rojas y vulgares extendíase por todas partes, asaltaba las mesas, como un pueblo en revolución, tumultuoso y desbordado, cubierto de encarnados gorros.

En la parte más alta, tocando a una fila de viejos lienzos de evangelistas y mártires, que formaban un friso, mostrábanse los Febrer más antiguos, venerables mercaderes de Mallorca pintados algunos siglos después de su muerte, graves varones de nariz judaica y ojos agudos, con joyas sobre el pecho y altos gorros de aspecto oriental.

Los más, mientras comían y bebían, llevaban tocadas sus cabezas con gorros de bebé, crestas de pájaro ó pelucas de payaso. Había en el ambiente una alegría forzada y estúpida, un deseo de retroceder á los balbuceos de la infancia, para dar de este modo nuevo incentivo á los pecados monótonos de la madurez. El aspecto del restorán pareció entusiasmar á Elena.

La gente paseaba por las calles de Grand-Fontaine; un corro de muchachas se hallaba parado delante del lavadero; algunos viejos, cubiertas las cabezas con gorros de algodón, fumaban una pipa junto a la puerta de sus casuchas. Aquel enjambre humano, en el fondo de la llanura azulada, iba, venía y se agitaba sin que un aliento o un suspiro llegase al oído de los cazadores.

A pesar de la temperatura, conservan sobre el cuerpo los gabanes de pieles de carnero, los gorros de astrakán. Todas estas pelambrerías, así como las barbas, parecen hervir bajo el sol. Y añada usted los desperdicios de la comida que fermentan; los cuerpos que humean... Dos veces al día, los marineros inundan la cubierta; pero a pesar del mangueo, al poco rato esa parte del buque huele a demonios.